jueves, 13 de agosto de 2015

DIVAGACIONES DESDE VASCONIA XXIV

     LA SOÑADA FEDERACIÓN AUTONÓMICA.- El problema de la secesión planteado en Cataluña por los independentistas de este territorio, es irresoluble si no se otorga la  soberanía al pueblo catalán; es decir si  no se independizan, en su caso, de España.
     Por tanto, si este grupo crece en número y en poder político, ellos confían, y no sin razón, en  que la independencia catalana caerá como una fruta cuando está madura. Para aumentar la presión no hay que cesar en el intento. Su problema se resolverá -según  las previsiones de sus augures- cuando en un plebiscito superen los secesionistas en número,  a quienes se oponen a la ruptura.
     Estos catalanistas irredentos han plantado cara a los argumentos legales,  para ellos negativos,  y se enfrentan al incumplimiento de las leyes vigentes en España que -según razonan- niegan legitimidad al pueblo catalán para elegir su destino.
     Fueron muchos, entre los expertos en derecho constitucional los que advirtieron que el título octavo de la Ley de leyes aprobada en 1978,  fruto de un tira y afloja entre criterios encontrados , podría ser válida si nadie tensaba la cuerda, y preocupante si sucedía  lo contrario.
     El   juego que se trajeron los magos que redactaron  esta Constitución para mal contentar  a los nacionalistas vascos y catalanes, hacía suponer que los requerimientos de los nacionalismos periféricos no tardarían en plantearse con fuerza, como realmente sucedió. En el fondo el separatismo solo se contenta con el todo y lo que se les vaya concediendo, antes de alcanzar la total independencia, lo van a aceptar, siempre, como un anticipo o pago a cuenta; su idea no cejará hasta no conseguir sus propósitos totales.
     Si los independentistas, corrieran el riesgo de quedarse sin nada,, otro gallo cantaría. Vamos -es un supuesto- a plantearlo desde la legalidad, mediante una reforma constitucional, sometida a un  refrendo nacional. En virtud de esta reforma,  todas las autonomías  tendrían los mismos derechos y las mismas obligaciones,  por ser de justicia;  es el argumento más  poderoso.
     Esto fue lo que no se atrevieron a plantear los constitucionalistas de 1978 para favorecer a Cataluña y al País Vasco. Curiosamente los perdedores se callaron; y lo ganadores no dejaron de protestar. ¿Por qué no se organiza un plebiscito nacional para ver lo que quieren todos los españoles?
       Para colmo de desdichas ¿qué hicieron unos y otros para defender sus intereses? Verán: los Gobiernos centrales,  pusieron la escuela  en las manos y al servicio de los independentistas.  Algo sí como darles fabricado el caballo de Troya para mejorar el invento.
      Y ahora, el PSOE salta al  ruedo con otra fórmula que no acaba de explicar en qué consiste: la federación autonómica.  ¿Todos iguales, aunque federados? No se entiende. Los independentistas jamás  hablan de federarse. ¿No será otra trampa?
      Si fuera mejor para todos -lo digo convencido- sería el primero en defender la independencia que hoy pregonan a diestro  y siniestro los consabidos profetas de la autodeterminación. Pero por desgracia, el intento terminará siendo una fuente de conflictos superiores a los que padecemos. Hay un argumento que no falla, tan viejo como la historia  y de superior valía en circunstancias de cambio como las actuales: la unión de los pueblos conduce a la paz.
     Siento estar en minoría,  pero eso ni da ni quita la razón.


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