jueves, 4 de diciembre de 2014

UN PROBLEMA PARA EL CENTRISMO VASCO.


          A la crisis económica que padece España, como otros países europeos, se ha unido la crisis territorial autonómica. Crisis viciada por un defecto originario: creyeron los autonomistas que la forma de armonizar la vida política española era  oponer al centralismo estatal, diecisiete centralismos regionales.
            Planteadas las competencias que debería  asumir cada territorio  autonómico, éstas fueron  fiel reflejo -hasta donde pudieron- de las  otorgadas al País Vasco y a Cataluña. Los demás territorios pretendieron emularlas, sin tener en cuenta (o puede que sí) que estas dos comunidades, manejadas por los nacionalistas, en el fondo no aspiraban a ser autónomas, sino a instituirse como naciones soberanas e independientes. 
      Ahí están, en demostración de este aserto,  las  CC.AA españolas,  caracterizadas por la generosidad con que crearon sociedades públicas, organismos autónomos, oficinas comerciales en el exterior (a modo de embajadas), centros docentes, aeropuertos, vías de comunicación, emisoras de TV y radio, etc. , todo ello  de muy costoso sostenimiento que, además, han servido de pretexto para eludir cualquier  control del poder central.
      Al final, el autonomismo descontrolado en toda España, ha sido un factor importante para meternos a todos los españoles en un ciclo  ruinoso: en una generalizada deuda que,  sumada a la creada y soportada  por una mayoría de Ayuntamientos, nos puede costar años de esfuerzo fiscal para  liquidarla; una deuda paralizante de las empresas privadas productivas.
      ¿Cómo  corregir todo esto sin incurrir en lo que podría ser otro pendulazo que nos lleve a hundirnos más aún?
       Cuando se apela -para el País Vasco- a la actualización del espíritu foral de los antepasados vascos, más de uno se preguntará: ¿hacia donde camina este iluminado plumífero queriendo revivir antiguallas superadas en todos los países?
      No obstante, llamo a la reflexión a mis detractores, pues ¿qué otra cosa están haciendo los nacionalistas vascos y catalanes que basarse en unos hechos históricos acaecidos hace siglos para, en virtud de su parcialísima interpretación, sentar las bases del derecho a la independencia de los respectivos pueblos vasco y catalán?
      Voy a referirme al caso vasco. Los nacionalistas  hicieron acto de presencia en la política española a finales del siglo XIX. Por esas fechas airearon sus principios para abrirse paso entre la opinión pública. Sabino Arana valoró la adscripción católica del PNV. Por encima de todo, como sucedía con los carlistas, estaba Dios. La ley divina era la guía  del Pueblo Vasco. Luego, en segundo término, estaba la ley vieja, que los carlistas llamaban Fueros  Vascongados. Como los fueros  eran otorgados por reyes con poderes superiores, Arana quiso demostrar que no era éste el caso vasco. Sus leyes, derivadas de los buenos usos y costumbres de los vascos, eran “originarias”. Rechazó esta denominación de “fuero”  y adoptó la de “ley vieja”  (legi zarra) originaria.  Era, además, una ley democrática y paradigmática. Sabino Arana interpretó que este dato, unido  la singularidad del Pueblo Vasco dimanada de su raza, de su idioma y de sus costumbres, se justificaban sus aspiraciones independentistas.
            Estos  factores de identidad, -raza, idioma propio, costumbres, leyes- a fuerza de repetidos, subyacen en la conciencia de muchos vascos;  han ido recuperando  valor. Curiosamente, como esta interpretación de lo medieval, no cuadraba con la democracia representativa implantada en España a lo largo del siglo XIX –voto universal,  tres poderes independientes y otros principios inexistentes en las tradiciones vascas- no tuvieron inconveniente en encajar sus aspiraciones en los modelos liberales, con tal de seguir defendiendo las libertades vascas; en suma,  el derecho de los vascos a constituirse en su territorio, como nación soberana. El factor más singular para identificar a los vascos, quedó reducido al idioma y a unos cuantos mitos y costumbres que sirvieron no solo para enriquecer su  folklore, sino como modelo de país moderno.
            Todo ello sucedía pese a que, cuando el reino visigodo fue invadido por los árabes, la España cristiana constituida por gentes de distinto origen, empezó a tomar conciencia de la necesidad de organizar su defensa. Desde la zona septentrional de la Península, donde se refugiaron gentes  llegadas de las tierras invadidas, se inició una tarea que sería secular.  Asturias, Cantabria, Vasconia, sus moradores, participaron a lo largo del tiempo en esa tarea y fueron ganando el territorio  que, en parte,  sería conocido por Castilla. Don Claudio Sánchez Albornoz, al reconstruir la historia de esa época, valora la participación vascongada en la construcción de Castilla,  previa a la de España, y no tiene remilgo alguno al señalar que Vasconia fue  la madre de Castilla,  luego es la abuela de España. Henos aquí que frente a la posición excluyente e independentista  de Sabino Arana y de sus seguidores más acérrimos, está la integradora de Sánchez Albornoz que da un protagonismo principal a los vascos en la formación de España.
            ¿Por qué los nacionalistas pueden mostrar con orgullo las raíces de su independentismo y no han de poder los “integradores” sostener la tesis que da relevancia a la participación principal de los vascos a lo largo del tiempo –de lo que hay decenas de testimonios históricos- en la construcción de lo que luego sería la nación española? ¿Por qué los vascos de nuestros días, no pueden sentirse orgullosamente herederos de aquellos esforzados varones que lucharon por la España cristiana al fin triunfante sobre la  Andalusí  musulmana?
            Ser vasco integrador se ajusta más a la historia que ser vasco secesionista.  Esto no es ser anti vasco. Y convencer a los demás de estas verdades, es una tarea pedagógica, fase previa para cualquier recuperación de votos vascos.
           Abierto este cauce, no se podrá negar cómo, en la evolución de la vida medieval prosperaron,  entre los vascos, un conjunto de valores que conectarían al cabo del tiempo con las ideas defendidas desde posiciones humanistas cristianas: el respeto de los derechos individuales sobre los colectivos, la defensa del principio de subsidiariedad en la organización político social de los pueblos, y el espíritu de cooperación como principio básico de una justicia social moderna y progresista. Tal vez estas ideas pudieran llegar a prosperar en un debate político histórico. 

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