lunes, 8 de diciembre de 2014

HABRÁ QUE PAGAR LOS PLATOS ROTOS


    Si nos paramos a observar las proclamas de nuestros políticos, veremos que cuentan poco -por no  decir nada- con la conducta  de cada ciudadano, para mejorar el contexto social. Por ejemplo una sociedad que por convicción  es frugal - o sea parca en la comida y en la bebida- está demostrado que gozará de mejor salud que aquella dada al sibaritismo y la glotonería. Pues bien, ni el  Estado, ni las Comunidades Autónomas, ni los Ayuntamientos se deciden por examinar esta realidad.
    Un  país donde sus habitantes  practiquen la frugalidad, necesitará menos presupuesto sanitario que otro  habituado a la glotonería. Dado que el gasto sanitario crece irremisiblemente, la carencia de fondos para atenderlo  obligará a tomar medidas fiscales, bien para aumentar la recaudación o para reducir el gasto. Es inevitable: vendrán impuestos que graven, ¡que sé yo! la existencia de sociedades gastronómicas, o el consumo superior a un límite de calorías, o el cultivo y  venta de ciertos productos, etc.
    Para contener ciertos  males crónicos derivados de los hábitos perniciosos de muchos ciudadanos, a la hora de castigar el bolsillo del contribuyente, tendrán que elegir entre el pago  un impuesto indiscriminado que ha de  soportar todo trabajador controlado por el fisco y otro educativo: sería mejor recibido el último, el educativo, que debería ser soportado por el que come o bebe en demasía, por el que no recicla las basuras, por el que contamina, por el que desahoga sus debilidades sexuales en las vías públicas, playas o similares y cosas parecidas.
   No dé usted ideas, dirá más de uno, porque lo malo de estas iniciativas está en que activarán  los impuestos educativos  y no reducirán , ni por asomo, el impuesto al trabajo. Porque  en un país donde el ocio turístico está primado hasta el punto de poder convertir cualquier pintoresco pueblo en un "putiferio" turístico, o donde un local  de nobles diversiones se traduce  en un amasijo humano  con derecho a perecer por aplastamiento, o donde la prostitución no cuenta a efectos fiscales, sean al final los trabajadores quienes  carguen con en el funcionamiento de la nación.  tiene bemoles; es un castigo al trabajo. ¡Cómo  para comer cerillas!
   Los políticos que vienen, obsesionados por el austericidio, van estimular el consumo. Lo fornicarán todo de nuevo y al cabo de unos años, vuelta a empezar. Y el trabajador, como siempre, será el  que pague los platos rotos. Menos mal que uno se verá libre de tal castigo.
   

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