jueves, 10 de abril de 2014

UNA EMPRESA DISLOCADA.

Un industrial guipuzcoano, fabricante de pilas eléctricas, heredero de una empresa que fundaron sus padres con algún que otro socio antes de la guerra civil, decidió su traslado a Vitoria en los años desarrollistas, por las facilidades que se dieron para adquirir terrenos a precios ventajosos en zonas industriales; terrenos totalmente acondicionados a las demandas industriales del momento, sin olvidar las ventajas fiscales derivadas del Concierto Económico de Álava con el Estado español. La empresa prosperó y dio pie para la creación de otras y, entre todas, dieron colocación a miles de personas. El industrial aludido, enamorado del País Vasco, un patriota generoso y entregado a su causa, ayudó en cuanto pudo a sus correligionarios y, todos juntos, no sin razón, soñaron con una Euskadi Libre. Nunca la exaltación nacionalista vasca alcanzó cumbres y poder como los logrados a fines del siglo XX y comienzos del XXI. Pero dos sucesos, de dimensión muy apreciable, vinieron a complicar las cosas. Uno el ingreso de España, como miembro de pleno derecho, en la Unión Europea. Otro, el arraigo de un fenómeno económico social conocido como la globalización. Empecemos por el último: la globalización. La rapidez de las comunicaciones y otros inventos (el de la electrónica entre ellos), hizo que el comercio mundial se generalizase y que un mismo producto se pudiese fabricar y vender en otros países, tres, cuatro, o cinco veces más barato. Esto sucedió con las pilas eléctricas. Llegaban de China a España con tanta diferencia de precio, que se hacía imposible la competencia. El industrial vasco tuvo que ir desmontando sus empresas en España para fabricar sus pilas en la China. Se vio obligado no sólo a deslocalizar sus empresas, sino a dislocarlas. Algo así como sacarlas de su entorno natural; sacarlas de quicio. Hubo de despedir a centenares de trabajadores que no entendían las razones del cambio de un industrial tan vasco adicto. La otra referencia, la entrada de España en Europa, suponía un cambio de normas y de estilo que muchas personas no acertaban a comprender ni asimilar. El ingreso de un país en la Unión Europea, conducía y conduce a un supra-nacionalismo. Esto equivalía a decir que en los asuntos más importantes y graves de un país, ya no mandarían las autoridades nacionales; tendríamos que acatar las normas emanadas de las autoridades de la Unión. Europa no iba a terminar con las patrias, sino con muchos poderes de las naciones. Se iban a respetar y exaltar los derechos individuales, pero no los colectivos. El supranacionalismo, -como pasó con las doctrinas que proclamaron la libertad e igualdad, tan mal vistas por los inmovilistas de los siglos XVIII y XIX-, acabará por imponerse. El industrial vasco es ya muy mayor para poder asimilar y aceptar, de buen grado, lo que ya está sucediendo. Pero los tiempos cambian. Las personas también.

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