En los países democráticos verdaderos, es donde mejor se aborda la solución de sus problemas. En los países donde la democracia funciona a medias, los mismos problemas se arreglan tarde o no se arreglan.
En Suiza se ha sometido a referéndum un conjunto de normas limitativas de las corrientes migratorias. Han votado en favor la mayoría y, en consecuencia, se cerrarán las fronteras a nuevos emigrantes, incluso a los procedentes de países europeos. Han llegado a tomar la decisión sin grandes polémicas.
En España, el solo hecho de plantearse esta consulta levantaría ampollas y las críticas, de los siempre generosos con el dinero de todos, se prodigarían a diestro y siniestro.
Desde luego, hay que atender cada día el gran universo de los países pobres, de donde sale la mayoría de la emigración. Pero hay que hacerlo en el punto de origen. Esto ha de entrar en la cabeza de los gobernantes, primero, y del pueblo llano después. Y no es problema de una nación, sino de organismos que ya existen, como las Naciones Unidas. Allí es donde han, o hemos, de presionar en favor de una equitativa solución del problema.
Es lamentable que en nuestro país -también en otros es cierto- impere la costumbre de culpar de toda desgracia al adversario político. No hagamos diferencias; son todos iguales: los rojos que los azules. Hasta han creado una técnica especial en sus discursos para cargar cualquier daño sobre el contrario. Así se forjó el "nunca más".
Lo racional sería - como hacían en mi pueblo cuando se producía un incendio- reunirse todos para coordinar esfuerzos en su afán de sofocarlo. Pero de eso, lo demócratas españoles -que presumen además de serlo- no tienen la menor idea.
¡Y así nos va!
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