martes, 22 de abril de 2014

DESMEMBRAMIENTO DE ESPAÑA.


     Perdonen que me cite:  yo estuve allí,  en la sesión del Congreso que aprobó la Constitución en el año de  1978. Y al llegar la votación me abstuve. Era partidario de dotar a España de un  sistema autonómico, pero no de aquel sistema sometido al  voto de los Diputados.
    ¿Por qué? Porque dejaba muchos cabos sin atar. Soy vasco, mestizo, desde luego,  cuarterón que dirían en Cuba, y he vivido desde niño   la proximidad nacionalista. Un nacionalista vasco se precia por su sentimiento independentista. Y si algo quiere es que se reconozca la  independencia de la nación vasca, que no es Euskadi, (Álava, Vizcaya,  Guipúzcoa y Navarra), sino Euskal Herria, que incluye estos territorios y los vasco franceses,  como lo explican muy  bien los descendientes de Herri Batasuna. No creo que exista un nacionalista acérrimo que al plantear yo así el problema sostenga que  miento.
    Este sentimiento independentista tiende a crecer, paradójicamente porque entre españoles (los vascos lo son en inmensa mayoría, aunque muchos piensen lo contrario) hay una tendencia innata a creer  que los de su casta son los buenos, los mejores, la excepción. Ser vasco, es muy fácil: basta con integrarse. ¿Y ser español? Aquí -lo piensan- es un error.
    Planteado el problema  con claridad  y admitiendo que los nacionalistas quieren la independencia por la vía democrática, es decir mediante un referéndum, tarde o temprano habrá que celebrarlo. Y tal y cómo piensan (es un decir) y cómo actúan (es una realdad) los políticos españoles, el refrendo lo tienen más perdido que Cuba en el noventa y ocho.
    Piénsenlo. Por mi parte, les diré que esto podría cambiar, aunque no es fácil. Pero tocar la dura realidad no les gusta a los políticos. Les horroriza. Por eso se engañan y nos engañan. Aunque no se puede decir que mientan.

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