sábado, 26 de abril de 2014
TANTA IGUALDAD NOS HACE DESIGUALES.
Todos los días, en cualquier medio noticiable, se rompe una lanza por la igualdad. La igualdad es un mito ya que la naturaleza nos ha hecho desiguales y por más que se predique, un vejete de noventa años, nunca podrá hacer los cien metros con la diligencia de un atleta de veinte primaveras. Es una desigualdad, pero no una injusticia.
Solo algunas doctrinas recogen principios de igualdad más o menos lógicas. Los cristianos sostienen y creen que todos somos iguales ante Dios y, en consecuencia, todos rendiremos cuentas de nuestros actos en el juicio final que sucederá a nuestra muerte. Pero en esa tierra las diferencias abismales existentes entre cristianos, no las
remedia ni la monjita argentina, esa que predica por emisoras de izquierdas.
La filosofía liberal que cultivaron los Ilustrados, sostuvo que todos somos iguales ante la ley, principio adoptado en los regímenes democráticos; pero como ha demostrado el juez don Elpidio Silva, el que sabe de leyes puede conseguir cosas que están vedadas al ignorante. Luego la igualdad es relativa. Siempre hay indultos para gente con padrinos.
Los socialistas españoles están orgullosos de la igualdad establecida para cubrir vacantes políticas entre hombres y mujeres. Algo se ha hecho, pero es una igualdad relativa, y pese a todo, se ha de reconocer que -en el ejercicio del poder- siempre hubo mujeres que se ganaron el derecho al mando y que lo hicieron mejor que sus coetáneos varones.
Pero donde cunde de verdad la desigualdad es el seno de muchas familias donde sus miembros se consideran y presumen de igualitarios. Sigue influyendo el síndrome de la sopa de ajo. La madre, sonriente ante sus vástagos que miraban atentos al único huevo estrellado en el caldo alimenticio, decía: "¡Hijos! Cuando seáis padres, comeréis huevo".
Y el mundo siguió rotando inmerso en brutales desigualdades.
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