Siento un gran aprecio, como contribuyente al día en el pago de impuestos, por el Ministro de Hacienda, pese a que, a las clases asalariadas y especies próximas, nos toma por un pozo sin fondo, de donde extraer el magma que soporta el funcionamiento de la Nación.
Pese a que -también sea dicho- hay dos cosas que resultan inaguantables para las sufridas clases medias y bajas por ser difíciles de soportar a un tercero, aunque fuere Ministro: sus risitas, diría de conejo (pero no lo digo) en tono de suficiencia y su inoportunidad como político, dicho sea con todos los respetos.
Son muchos los que no comprenden ni perdonan, que el Sr. Ministro cargara en la cuenta de las citadas clases una desmesurada subida de impuestos - sobre la Renta e IVA- haciéndola coincidir -o poco menos- con una amnistía fiscal dictada en beneficio de los más ilustres defraudadores del Reino; y si no que se lo pregunten al inefable Sr. Bárcenas.
A quienes pensamos que la política ha de ir por delante de la economía, nos da la sensación de que en la gobernación del País no hay políticos, o que las ultimas camadas -salvo contadas excepciones- proceden del frente de juventudes de cada partido, sin otro mérito que la pegada de carteles electorales y la asistencia a magnas y coloristas concentraciones para hacer masa y tener entusiasmados a sus jefes.
Dicho lo cual se comprende que los no políticos - aunque sean economistas, además de sangrar a lo más incautos patriotas, han hecho los ajustes, recortes, o sangrías de dinero, no en las carnes superfluas -que se dan a raudales en la Administración vigente-, sino donde más duele; véase por ejemplo, como han castigado al sector de la investigación, cuando todo político sabe que es la única vía posible para ir en vanguardia con tecnología punta y ganarse los mercados.
¿Qué hay economistas que lo ven así y no habrían hecho estos recortes? Lo creo, porque esto lo ve un niño. Pero estoy hablando de titulados con suficiencia, improvisadores y con ganas de acertar por vías cerradas a la crítica. Algo que todo político, aun sin títulos pero con instinto, no lo olvida ni a la hora de la siesta.
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