miércoles, 16 de abril de 2014
PARAISOS FISCALES.
Entre mis desasosegadas lecturas de años ha, recuerdo un pasaje protagonizado (según la narración que cayó en mis manos; ¡vayan a saber si fue verdad!), por la última esposa de Fernando VII, Doña María Cristina de Borbón Dos Sicilias siendo ya viuda, aun cuando había contraído matrimonio secreto con el hijo de la estanquera de Tarancón.
Doña María Cristina, como todo mortal que pone precio a las cosas, necesitaba dinero y se las ingeniaba para meterse en negocios variopintos, con tal de sacar algún fruto a la inversión. Así que, en el dilatado y extenso sur de España montó un chiringuito, en colaboración con un señorito andaluz, para introducir tabaco de contrabando en nuestro país, con la particularidad de que, así como el matute gibraltareño era perseguido, el que llevaba la marca cristina gozaba de impunidad.
El asunto duró lo que duró, pero no fueron las autoridades españolas las que desmontaron el chiringuito; fueron lo gibraltareños los que, mediante el pago de una fuerte suma, "convencieron" a Doña María Cristina para que echara el cierre al negociete, muy rentable por cierto.
Y yo me digo: el paraíso fiscal de Gibraltar no existiría si las autoridades del Reino Unido estuvieran decididas a desmontarlo. Si no lo están, algún beneficio les dejará tal negocio. Algún beneficio y gordo, mientras los españoles se conforman con cuatro peces que trabajosamente sacan de la mar una corta partida de sufridos mareantes.
España, lo que podría hacer, aprovechando cualquier peñasco improductivo mirando a la mar salada mediterránea, era mantener su propio paraíso fiscal valiéndose de una sociedad cualquiera, a la cual la nación soberana ibérica otorgaría los mismos fueros que la británica tiene concedidos a la Roca. Con una particularidad: que a las sociedades que depositaran sus euros en el territorio presidido por la bicolor, izada en lo más alto del peñasco, tendrían impunidad, mientras, a las inclinadas por irse con los llanitos, les daría caña.
Moraleja: los españoles somos dados a montar y defender mil leyendas con base en derechos históricos, que nos cuestan un ojo de la cara; y dejamos que, bajo cualquier bandera, sean otros los que se alcen en el territorio hispano con el santo y la limosna y nos dejan haciendo el ridículo, en pelota picada y con el culo al aire.
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