martes, 8 de abril de 2014

MÁS SE PERDIÓ EN CUBA.

Con unos nueve años hube de plantear a mi madre un serio problema. Yo iba a la escuela nacional de aquel pequeño pueblo agrícola donde nací. Sus habitantes cargaban con una pobreza endémica que les daba para comer y poco más. Era corriente que los niños salieran a callejear con pantalones remendados, dos o tres chafallos y alguna culera, tan llamativos como para pregonar su carencia de medios económicos. Aquella diferencia, entre mis pantalones, enteros, y los suyos, con remiendos, sirvió de pretexto: "tú eres rico, así que juega con los ricos; con nosotros no tienes nada qué hacer".= Expuse a mi madre mi deseo de llevar pantalones remendados, sin dar más explicaciones. Le pareció un capricho tonto y no me hizo caso. Tuve que cabrearme y le amenacé poco menos que con una huelga de hambre, sistema que siendo más niño me llevó a conquistas para otros imposibles. Volví a la escuela y los compañeros de clase estimaron el cambio y me admitieron para jugar en su compañía.= Tenía otro problema: yo llevaba, para reponer fuerzas durante el recreo, un avío de dos onzas de chocolate y seis galletas. Me disponía a comer mi ración y me rodeaban los niños con ojos de sorpresa. "¿Quieres un poco?", invité al más cercano. Dijo sí con la mirada. Y le di un cachito de chocolate y una galleta. "¿Y a mí?", dijo un segundo; "¿Y a mí?"... Así hasta catorce pedigüeños. Yo les dije: "Conmigo, hay para doce". Con una navajita que me dejaron, partí el chocolate en doce trozos iguales y las seis galletas por la mitad. Y ¿todos conformes? ¡Ni hablar!= Una comisión de mayores -de trece y catorce años- me visitó pidiendo parte en el festín. "No puedo dar más; es todo lo que tengo", dije. "Pues tú verás como lo repartes" dijeron, "pero si a nosotros no nos toca, habrá leña". Recurrí a mis socios y me dieron ánimos: "Si quieren leña, la tendrán".= Ya en casa hice esa reflexión: "No pelean por mí, sino por su trozo de chocolate". Les dije a los niños: "Yo no peleo". Entonces conté lo que sucedía a mi padre y sin decir nada, me sacó de la escuela y me mandó a un colegio de la ciudad.= De mayor hice otra reflexión: cuando se anuncian circunstancias adversas y cambios sociales, los ricos emigran y los pobres se quedan con las dos onzas de chocolate y las seis galletas. Como en mi caso, otros no pelearon por lo suyo ni pudieron escapar a tiempo. Y se quedaron sin nada.= Como sentenciaba un amigo, de no ponerte al lado de los nuevos mandamases y ser uno ellos, si barruntas la lucha, contrata a tiempo un capitoné para salvar los muebles y huye a pantalón quitado.= ¡Más se perdió en Cuba! Y en Cuba lo listos se fueron a Miami. Yo no predico la fuga. Tan sólo constato los hechos.=

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