Recuerdo que por los años sesenta del pasado siglo, (primeros del desarrollo promovido bajo la batuta de los prohombres del Opus, con gran dolor de otros mimados del régimen, ya que se anunciaba el fin de la autarquía en la que estaban instalados sin remordimientos de conciencia los franco adictos de siempre) regresó del exilio un economista de talento y talante liberal, Jesús Prados Arrarte, que pronunció algunas conferencias sobre los cambios que se iban a producir con motivo de la apertura económica.
Uno de estos cambios era la deslocalización de empresas. Y razonó de esta manera: aquellos productos cuyo valor añadido proceda de la utilización de mucha mano de obra, no podrán mantenerse allí donde los salarios sean (vamos a llamarlos así) dignos. ¿Por qué? Por la sencilla razón de que pasarán a ejecutarse en países donde esos salarios sean mínimos. El costo final del producto, manda en un mundo donde las comunicaciones son rápidas y seguras.
Prados Arrarte estaba hablando de un fenómeno que se ha radicalizado y hecho realidad en todos los países medianamente globalizados.
España -gracias a una negligencia imputable a los gobiernos y a los gobernados -más a los primeros, menos a los segundos, incluidos los sindicatos- no preparó a sus trabajadores para esta contingencia. Y ¿qué sentido tiene conservar espárragos en España si en Perú o en China los preparan por la sexta parte de este costo? Si un empresario quiere mantener su clientela, no puede ignorar esta realidad. Y todo el sector del espárrago que daba ocupación a mucha gente, se ha reducido a una mínima expresión. Los empresarios producen y manipulan el producto en China o en Perú. Lo trasportan y lo venden en España.
No hay, llegado este caso, Gobierno que arregle la situación. La solución está en fabricar productos de tecnología avanzada, poca mano de obra y mucho valor añadido. Ya no interesa fabricar pilas eléctricas, ni siquiera lavadoras. Hay que fabricar algo así como satélites solares capaces de captar en la atmosfera el calor del sol y mandarlo en ondas al planeta Tierra, para que los humanos puedan transformarlas en energía, que es un bien escaso y por ende caro.
Es decir, que hay que estudiar, meter horas encima de libros y de laboratorios de investigación y pensar, discurrir, idear...Y esto lleva tiempo, sacrificio y dinero.
Lo digo con ánimo de que lo lean los amantes de la justicia social, como esa monjita de la TV que los tiene bien puestos pero poco más y que a mí me lleva al desespero. ¿Quién está dispuesto a sacrificarse y a vivir bajo mínimos para reflotar el bienestar social? Muy pocos. Es mejor el botellón fin de semana y gozar a pierna suelta.
Porque bien mirado, como también se lo habrán enseñado a la monjita, ¿De qué te sirve ganar todo el mundo si pierdes tu alma?
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