viernes, 22 de febrero de 2019

LA ESPAÑA QUE SUFRE

      En España las desigualdades tienen su razón de ser, porque las diferencias entre ricos y pobres crecieron -y crecen- a ojos vista. Con mil pretextos la realidad de tal pobreza escapa al control estadístico. Las carencias van por barrios. Aumenta el número de los desasistidos. La migración está desbocada. La caridad, paradójicamente, sustituye a la tan predicada justicia social...
      Coincidiendo con esta realidad - que es una prueba de que la crisis perdura- disminuyen las  inversiones de carácter productivo, que conducen a la creación de puestos de trabajo, y -en su lugar- el dinero se destina a fomentar los negocios especulativos,  que se traducen en la que podría llamarse riqueza clasista de reducida nómina.
       Estamos en los comienzos -aquí en España- de una oleada electoral que suele ser aprovechada por los partidos políticos para invadir, la calle y los hogares,  con descaradas promesas de felicidades imposibles. Los electores no se fían, pero votan. Es un movimiento reflejo. No tienen en cuenta la desgracia colectiva. No hay dinero para todos.
       La ruina nacional se acrecienta sin darnos cuenta de que el deudor desbocado, si quiebra, traspasa la carga a las masas inocentes del país contaminado por la peste política. Aún no hemos acabado de pagar la crisis acentuada por unos malos políticos  que vendieron a los españoles tocino de oveja hasta los años 2007-2008 cuando quebró el invento.
      Si los políticos fueran sinceros a la par que inocentes harían cuentas y las pondrían en conocimiento  de los electores. ¡Que el pueblo se entere!
      No  vaya a suceder que nos conformemos con la mala literatura presidencial. ¡Ni su presentadora quiso darle cara!

     

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