Les confieso que al referirme hoy a episodios electorales, pongo en juego mis experiencias y, por lo tanto, está -usted lector- en su derecho si rechaza de plano mi opinión. Pero tiene su lógica. Lo que pretendo es señalar los puntos sensibles que bien tecleados puede ayudar a que suene la música.
Me refiero a las primeras elecciones democráticas, año de 1977. La UCD estuvo presente en Álava gracias a una candidatura improvisada por el joven Jesús Viana; optimista y campechano, gozaba de cierta popularidad y pronto asumió las competencias de un líder. Y se montó la jefatura básica, sin apoyos superiores que impusieran normas de conducta. Chus Viana me pidió ayuda.Y se la dí con condiciones.
Primera condición: actuarás como alavés; como un ciudadano que no desdice ni discute las órdenes de arriba; que las acata, pero a veces no las cumple. Y lo hace por lealtad, nunca a traición.
Segunda y última advertencia, más que condición. "Chus: no tengo un real; no me lo puedo jugar en esta aventura. Tampoco te lo voy a pedir".
Y me sentí satisfecho. Ya teníamos el líder. Chus Viana podía llegar lejos pese a su bondad.
¿Que nos faltaba? Una élite de apoyo. Un núcleo de intelectuales o personas con prestigio que espontáneamente aprobaran el intento.
Empezaba la campaña propagandística y se llegó a un acuerdo: Defender la foralidad alavesa y el bienestar que nos había proporcionado y mejorar la justicia social.
¿Fue un acierto? ¿Nos tocó la lotería? .
Sencillo: contamos con unas ideas, con un líder y con una base económica llegada de Madrid. Y con cierta intuición política.
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