miércoles, 13 de febrero de 2019

EL PROBLEMA AUTONÓMICO



     EL PROBLEMA AUTONÓMICO.- El Capítulo Primero de la Constitución de Cádiz lleva este título: "De España y de los Españoles". Y declara: "La Nación española es libre e independiente y no puede ser de ninguna familia ni persona". Era de los españoles  de aquí (de la Península e islas adyacentes) y de allá (de las Américas).
    España ya no era un patrimonio de la Corona,  sino de todos y el poder pasó  a ejercerlo el pueblo debidamente representado sin romper la herencia recibida. Pero... dos ideas, una codiciosa y otra ignorante, propias de pueblos muy quemados y decididos,  incitaron a los americanos a  liberarse de cualquier servidumbre y a  constituirse como naciones independientes.Y  empezó la desbandada.   
    Finalizaba el siglo XIX y tanto catalanes como vascos, modernizados y boyantes con sus respectivas industrias, se pusieron en el plano industrial muy por encima  y funcionaron  por delante de las demás tierras de España. Esto -con la ayuda  de una argumentación étnico-cultural e histórica y su tesón,  obraron el deseo: querían la independencia, separarse de España,  modernizarse sin lastre alguno, sin cargar con el retraso de otros. Estaban preparados. Son ya dos naciones emergentes que creen y sienten estar  tocando la independencia.   
    Este es el problema derivado  de la gloriosa  interpretación constitucional que tejieron  poco a poco los secesionistas, mientras los políticos españoles -como decían en mi pueblo-se la cascaban.
    Cuando los nacionalismos arrollan y ponen a las mayorías camino de una pobreza que puede hundirla, hay que servirse de la ley y cumplir y hacer cumplirla  con naturalidad y diplomacia. Y en España es costumbre sacar provecho personal al poder político  y el que venga por  detrás, allá se las componga (ejemplo, los jubilados de poca monta); y así no marcha la cosa.
     Admiro lo de ser francés  y que cada uno de ellos, pueda convivir normalmente con vascos y catalanes nativos, sin novedad ni contratiempos. En España se ignora esta realidad.
Para que esto suceda, hay que ganarse la calle. 
     Ganarse la calle no es hacerse los amos de la vía pública, llenarla de pancartas y banderas, interrumpir el tránsito rodado o peatonal, gritar consignas y quemar símbolos o, en contrapartida, reprimir a porrazos al disidente Esta receta ya la han aplicado y conocen  los nacionalistas más representativos y los españolistas represores. Ganarse la calle es una tarea silenciosa y responsable, cargada de honestidad y eficacia,  en virtud de la cual puede la ciudadanía vivir en paz. Ganarse la calle equivale a vencer al miedo, a no admitir discriminación alguna, a gozar del máximo grado de libertad sin dañar a terceros. 
     Para empezar con buen pie, habrá de reconocerse que hoy esto no sucede. 
     Siendo, como es de hecho, la población no vasca y sí española tan numerosa o superior a la autóctona dentro de Vasconia o de Cataluña, aparece como encubierta y sometida. Yo sé que la igualdad es un decir pero, mientras no  prospere la equidad,  no serán justas ciertas prioridades.
     ¡Mucho han de cambiar la cosa! ¿O no?

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