NO HAY ENGAÑO.-Me presentaré: Cargado de años, con piel curtida
y poco pelo, voy recorriendo los últimos pasajes del camino (del
mío) con cierta languidez. No sé a quién dirigir mi
gratitud pero consignado queda mi deseo. En fin, gracias a Dios.
He
corrido muchas aventuras y, a fuerza de olvidar mis infortunios y de mantener
vivo el recuerdo de las horas felices, consigo eludir la soledad y vivir en
comunicación intensa con cuanto me rodea. Por eso sufro con la
desgracia ajena, -tan extendida en nuestro.mundo- Y me solidarizo con la
esperanza de quienes desean con ansia tiempos mejores. No me duele confesar que soy un fracasado de la política de la que se burlan sin remilgos un alto porcentaje de politicastros con casta para medrar. Merece la pena dejar un leve testimonio en desacuerdo con los tales sujetos. Nos cuestan demasiado.
Me ha tocado en suerte vivir unos tiempos en los que se usa y abusa de la libertad de expresión espontánea, inconfesable y vomitada a gritos. Ante el más mínimo pretexto siempre hay voluntarios, micrófono en mano, dispuestos a solucionar los más complejos problemas con fórmulas mágicas que parten de un imposible. Por ejemplo cuando nos aplican el principio de igualdad y se difunde como si éste fuera una pomada.
Una religión, o si se quiere una filosofía, sostiene que todos somos iguales ante Dios. Solo tiene un inconveniente: que muchos niegan la existencia de Dios. Una corriente política, la generada por la Ilustración, formuló el principio de que todos somos iguales ante la ley. Pero las leyes las hacen los seres humanos y no pueden evitar, al dictarlas o al aplicarlas, que unos resulten más perjudicados que otros.
Por una sencilla razón, somos parecidos pero
nunca iguales. A un joven y a un anciano, se les puede condenar a la misma pena
de cárcel, pero el sufrimiento por tal condena nunca será igual para personas
con distinta capacidad de resistencia.
Hubo quien descubrió la igualdad de
oportunidades. Otra mentira. Una persona inteligente y con talento puede estudiar
la misma carrera que otra no dotada con esas cualidades. No por eso triunfará
el segundo y nunca se alcanzará la igualdad pretendida entre ambos.
Ahora, ya viejo, no puedo aspirar al goce de la vida con el entusiasmo, el vigor y sensibilidad que tenía a mis veinte años. La desigualdad la lleva uno a cuestas. No me hablen de igualdad; tal vez estemos confundiéndola con la dignidad que se merece todo ser humano.
Todo esto viene a cuenta porque no soy nacionalista: ni vasco ni español. Y ruego me perdonen.
Ahora, ya viejo, no puedo aspirar al goce de la vida con el entusiasmo, el vigor y sensibilidad que tenía a mis veinte años. La desigualdad la lleva uno a cuestas. No me hablen de igualdad; tal vez estemos confundiéndola con la dignidad que se merece todo ser humano.
Todo esto viene a cuenta porque no soy nacionalista: ni vasco ni español. Y ruego me perdonen.
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