martes, 12 de febrero de 2019

DIVAGACIONES DESDE VASCONIA (2)

         
       NO HAY ENGAÑO.-Me presentaré: Cargado de años, con piel curtida y poco pelo, voy recorriendo los últimos pasajes del camino (del mío) con cierta languidez. No sé a quién dirigir mi gratitud pero consignado queda mi deseo. En fin, gracias a Dios.
       He corrido muchas aventuras y, a fuerza de olvidar mis infortunios y de mantener vivo el recuerdo de las horas felices, consigo eludir la soledad y vivir en comunicación intensa con cuanto me rodea.  Por  eso  sufro con la desgracia ajena, -tan extendida en nuestro.mundo- Y  me solidarizo con la esperanza de quienes desean con ansia  tiempos mejores.     
       No me duele confesar que soy un fracasado de la política de la que se burlan sin remilgos un alto porcentaje de politicastros con casta para medrar. Merece la pena dejar un leve testimonio en desacuerdo con los tales sujetos. Nos cuestan demasiado.
      Me ha tocado en suerte vivir unos tiempos en los que se usa y abusa de la libertad de expresión espontánea, inconfesable y vomitada a gritos. Ante el más mínimo pretexto siempre hay voluntarios, micrófono en mano, dispuestos a solucionar los más complejos problemas con fórmulas mágicas que parten de un imposible. Por ejemplo cuando nos aplican el principio de igualdad y se difunde como si éste fuera una pomada.
        Una religión, o si se quiere una filosofía, sostiene que todos somos iguales ante Dios. Solo tiene un inconveniente: que muchos niegan la existencia de Dios. Una corriente política, la generada por la Ilustración, formuló el principio de que todos somos iguales ante la ley. Pero las leyes las hacen los seres humanos y no pueden evitar, al dictarlas o al aplicarlas, que unos resulten más perjudicados que otros.
      Por una sencilla razón, somos parecidos pero nunca iguales. A un joven y a un anciano, se les puede condenar a la misma pena de cárcel, pero el sufrimiento por tal condena nunca será igual para personas con distinta capacidad de resistencia.
     Hubo quien descubrió la igualdad de oportunidades. Otra mentira. Una persona inteligente y con talento puede estudiar la misma carrera que otra no dotada con esas cualidades. No por eso triunfará el segundo y nunca se alcanzará la igualdad pretendida entre ambos.
     Ahora, ya viejo, no puedo aspirar al goce de la vida con el entusiasmo, el vigor y sensibilidad que tenía a mis veinte años. La desigualdad la lleva uno a cuestas. No me hablen de igualdad; tal vez estemos confundiéndola con la dignidad que se merece todo ser humano. 
      Todo esto viene a cuenta porque no soy nacionalista: ni vasco ni español. Y ruego me perdonen.

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