Hay dos Españas: la mangante y la cumplidora. La primera nace, crece, trepa y atrapa -todo a,la vez- y la segunda suda para comer, vestir y pagarse unas vacaciones de tres al cuarto: una quincena para alejarse del ruido, del magreo multitudinario, del botellón, de los cuernos y de lo fuegos artificiales que conducen al hartazgo y sólo sirven para satisfacer mínimas exigencias,
¿Eso es todo?. Pues no. Están ahí, los españoles que no quieren serlo, cosa razonable si estuvieran mal dotados; al contrario del personaje de la, fábula- un sabio que "sólo se sustentaba de unas hierbas que cogía"-, estos "no españoles" disfrutan en zonas enriquecidas gracias al mal valorado sacrificio de "españolitos que nacen" para emigrar. "Españolitos" que, aun siendo pobres, pagaban puntualmente la alcabala y rara vez se les complacía, porque era necesario tenerlos listos ante la llamada a filas para hacer puntualmente la guerra de turno.
¡Qué poco amigo de las cuentas claras resultan ser los "no españoles"! ¿Por qué? Muy sencillo: en ese repaso histórico contable hay que incluir dos partidas: la de los mermados salarios con los que satisfacían las jornadas inacabables prestadas por los pobres españoles llegados de provincias también pobres, y los aranceles impuestos a las importaciones de tejidos y novedades llegados de otros países para que los industriosos catalanes tuvieran aseguradas sus ventas y sus beneficios en la "puteada" España.
¿Vamos a cuentas?
Ni siquiera se aclaran las aún pendientes referidas al tres por ciento.
¿Acaso quiero condenar a todos los catalanes? No. ¡Dios me libre! Los hay decentes y cumplidores en gran número lo que no impide la existencia de la mangancia.
¡Todo por la patria!
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