Un demócrata, por principio, ha de asumir y actuar con nobleza y lealtad incluso cuando se
enfrenta a sus adversarios. En los debates democráticos está admitida la oposición, pero siempre que sea ejercida con lealtad. No se admite la trampa ni el juego sucio. Y sin embargo... está a la vista que la limpieza es el argumento del tonto; y la cacareada lealtad, el papel higiénico que se inventó, para quitarse la mierda de encima, dicho sea sin remilgos.
El caso es que cuando a un político le ofrecen un regalo, un viaje gratuito, una distinción, hasta un aplauso, hay que mirar si el donante está comprando una influencia, pagando un favor o pidiendo un voto. Lo cual no impide la excepción que confirma la regla.
A mí -un fracasado de la política, lo confieso- me sonroja el aplauso automático que Diputados y Senadores prestan a sus líderes al acabar éstos una intervención oral. ¿Acaso no es su oficio? ¿Aplaudiría usted a un albañil cada vez que pone un ladrillo? ¿Que buscan con tan cantarina ovación?
¿Obran interesadamente los que aceptan un diploma que garantiza un cierto nivel de formación y de conocimientos, sin superar las pruebas exigidas en cada caso?
Siendo que sí, que la falsedad les favorece, por qué no se arrepienten y, muy al contrario, se prestan a defender su inocencia a pantalón quitado.
¿Dónde está la lealtad democrática que se merece la ciudadanía?
¡Ya me dirán!
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