Perdonen: no quiero interpretaciones confusas. Al pan, pan; y al vino, vino. Cuando se pide y desea una democracia, que incluye una leal oposición , quiere decirse que, en el ejercicio de sus derechos y en el cumplimiento de sus obligaciones, los ciudadanos (con sus políticos) han de ser escrupulosos y puntuales. La democracia exige la práctica del juego limpio por activa y por pasiva y si no se cumple este requisito se está preparando el terreno -el de la Patria- para el éxito de los embaucadores y de su juego sucio frente a a la rectitud y el debate que dignifica y edifica.
Es el mal que padece España por culpa de los españoles que en gran parte se han hecho con el poder y lo administran y dirigen en beneficio del grupo y no del pueblo.
Para desgracia de las mayorías sensibles y forzadas a correr con el gasto del festín político, vienen -las mismas- dando pruebas de su buena fe que les induce a creer que la felicidad de los pueblos se gana por el odio de los unos contra los otros.
Esta realidad -y la podredumbre generalizada- lleva a la protesta, a la rebeldía y -al menor descuido- a la violencia. Y la violencia organizada, es la guerra.
¿Por qué, entre las gentes llamadas a desempeñar cargos políticos, se da con prodigalidad la deslealtad a unos valores, a unas leyes -como la Constitución, Ley de leyes- aprobadas por una inmensa mayoría y se sustituyen por otras que no se sometieron a ese consenso?
La interpretación desleal de las leyes básicas de un país, conducen al desgobierno. Y por ahí no viene la paz.
Así vino la guerra del 36. Y los responsables del desastre están repartidos entre españoles de los dos bandos y compañeros cómplices que no se entendieron por las vías de la rectitud y de la paz.
Es para tomar nota.
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