Esta semana -primera de septiembre del 2018- ha sido pródiga en sucesos. Es posible que los españoles estén tomando posiciones para enfrentarse a un período de crisis (otro) que esta vez se anuncia con redobles.
El "macho alfa" de PODEMOS (él siempre negó que lo fuera) nos dió a entender en sendas declaraciones, muy difundidas, que estamos viviendo en una España "populista" gracias a ellos; en colaboración, desde luego, con la minoría hipotecada del PSOE. Es, nos dijo Pablo Iglesias el joven, que España funciona bajo un "gobierno compartido". O sea que el socialismo ortodoxo se ha puesto en manos del que mejor puede birlarle los votos: el comunista, versión venezolana (¡Si don Indalecio levantara la cabeza...!)
A partir de esta realidad, todo son promesas, explicadas -por cierto- con serenidad evangélica que es la mejor actitud para ganar adeptos: actitud propia de los buenos intérpretes dominantes;
sólo le falta una expresión propia del Nuevo Testamento, con un cambio: el del hombre hecho Dios,. ¡Tu fe te ha salvado!
Nos puede salvar algo bien distinto: que en España -por circunstancias vividas, entre ellas una guerra incivil- el pueblo tiene miedo -mucho- a perder la cartera y cuando oye promesas, no se fía. Y se pregunta: ¿Quién va a pagar el pienso de la "vaquiña?".
Los prometedores contestan: los ricos.
Pero ¿dónde están? Y el dinero ¿dónde lo esconden? se preguntan los de siempre. Como aperitivo ya estamos al tanto de lo que cuesta un kilovatio.
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