Si nos esforzáramos en recordar y revivir el renacimiento de los sindicatos auténticos, - acaecido allá por los años sesenta del pasado siglo en pleno apogeo del tardo franquismo-, capaces de echar un pulso al lucero del del alba... y si osáramos comparar aquella actualidad sindical con la de nuestros días, terminaríamos por preguntar: ¿qué ha pasado aquí?
Nadie podía suponer que la clase de jubilados, sin depender de terceros con doble poder ellas y ellos y desde la calle, ha hecho saltar el freno que estaba paralizando la actualización de sus haberes pasivos.Y los ha hecho saltar con razonamientos, constancia y juego limpio.
Pero, con la desconfianza del precavido (señal de muy corrido), pienso si las promesas de los políticos, no estarán conduciéndonos a comulgar con ruedas de moler; es decir si no estarán ganando tiempo para no perder electores ante una convocatoria que está a caer. Y luego ¡ya se verá!
Confieso que me atacan los demonios de la desconfianza. Es -no lo duden- un hábito previsor, un instinto que garantiza la pervivencia en este mundo traidor. Lo digo para que midan mis palabras y razonen por su cuenta. La vida es así.
¿Y en qué me baso para generar desconfianza? Muy sencillo. La máquina de hacer moneda, es la que regula el IPC. Y esa máquina no depende -como en tiempos idos- de las naciones al uso. Depende, en nuestro caso, de la Unión Europea. El IPC se regula a conveniencia, no de una política nacional, sino globalizada. Y si las autoridades de una nación se sobrepasan, la madre superiora les llama al orden.
Aquí viene al caso una pregunta.¿Y qué es lo menos malo?
¡Ya hablaremos!
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