En esta realidad democrática que vivimos -dotados de unas leyes calificadas como "garantistas-, a unos les tocan casi siempre -aún teniendo razón- las de perder y a otros las de ganar, porque estos últimos son más bravos, eso sí, aparentando, sin perder las maneras, que la bravura no es violencia.
Para los "mayores" -que en la realidad y en castellano es como ser viejos- por violencia se entiende el simple gusto de privarnos -¡qué se yo- del teléfono, para tenernos incomunicados y manejarnos a su antojo. Pues no: no hay violencia mientras no haya leña. (Es un ejemplo; por fortuna gozo de libertad).
Y digo esto porque los separatistas catalanes que se conducen con liberalidad manifiesta para imponer sus criterios y conductas, no se conforman y se acogen -apoyados en una interpretación garantista de las leyes- en su "derecho a decidir" porque lo hacen "sin violencia" y "es legítimo" aunque no sea legal.
Pero ¿dónde empieza y dónde termina la violencia?
Consulto y leo: "La Organización Mundial de la Salud" explica que la VIOLENCIA "consiste en el uso INTENCIONAL de la fuerza o poder físico, de HECHO o como AMENAZA, contra uno mismo, otra persona o un grupo o comunidad, que cause o tenga muchas probabilidades de causar lesiones, muertes, daños psicológicos, trastornos del desarrollo o privaciones".
Esto significa que la violencia puede ser implícita, es decir en grado de amenaza, o explícita, convertida en dura realidad.
¿Cuál es el objetivo final? El mismo. Está en disputa el poder. ¿Quién va mandar? No cabe duda: el más fuerte.
Dónde está la fuerza, ¿en la dialéctica? ¿en las armas? Ahí está la respuesta.
Los inteligentes dialogan. El diálogo es un fruto escaso en España. Por eso hablamos a gritos.
Lo pueden comprobar en casi todos los coloquios de TV.
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