jueves, 26 de abril de 2018

EL MIEDO AL CAMBIO

    Los nativos de la España de los cincuenta (siglo pasado), los que pisaban calle y palpaban su pobreza -puro realismo- eran, sin embargo, pesimistas: nuestro último adelanto lo simbolizaban con la hoz y el martillo unos, con el yugo y las flechas otros.
    No sé quién, desde una Caja de Ahorros, organizó en Vitoria la exposición de un tractor agrícola seguido de una demostración práctica ante un grupo, -un centenar de labradores- que estaban anclados en el arado de vertedera y en el trillo de arrastre para consumar la cosecha.
    Aquellos labradores coincidieron al descalificar al tractor por inútil, dado el tipo de labranza que se gastaba en las tierras de Álava. En el fondo estaban declarando su miedo al cambio. Al paso de una década, el campo alavés se  llenó de tractores. Y empezaron a sobrar en las zonas rurales eso que  entonces se llamaba mano de  obra y hoy llena las estadísticas del paro. 
     España necesitó un tiempo y asumió el cambio pero, para cuando nos dimos cuenta, llegó otra oleada que se nos echó encima -la globalización- de la que no queremos hacernos cargo. 
     Una de las ventajas (tengo mis dudas, porque pueden ser un inconveniente), radica en la creación de un gran mundo de pensionistas. ¡Viva la vida!  Pero, sería un mundo vacío de cotizantes.   El mundo actual se llenará de mecanismos,  se robotizará. El campo se podrá cultivar a distancia.
     El cambio está a la vuelta de la esquina y los políticos jugando  a debate limpio, para saber si somos galgos o podencos, sin salirnos -eso nunca- de unas normas que dicen  ser democráticas y no violentas. Pero los pobres se  nos mueren de hambre.
    ¡Santo cielo! En el hambre puede estar la solución. ¡Claro que es para tener miedo!

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