En todo tiempo y en todo espacio de este planeta llamado Tierra, los seres humanos advirtieron que para sobrevivir estaban llamados (o condenados) a funcionar en grupo y así empezaron a formarse las familias, los clanes, las tribus, los pueblos, los países, las naciones... los territorios supranacionales.
Hoy, ahora, se han constituido y abren camino para ser poderosos, -siguiendo el ejemplo de los precursores EE.UU- viejos territorios poblados por cientos de millones de personas, que se preparan para ser hegemónicos: China, Rusia, la India, la Unión Europea y tal vez los aún diversificados pueblos árabes, las Américas hispano parlantes, los laboriosos países asiáticos, los sufridos subsaharianos...
Por ahí parece que avanza el cambio y los intentos globalizadores -con sus aciertos y sus fracasos (nadie es perfecto)- que nos afectarán a todos; a unos para enriquecerse, en el más amplio sentido del término, y a otros para empobrecerse dominados por los más fuertes. Es un cambio a domesticar.
No hace falta ser muy listos para entrever que los afanes entre países para ir unidos, cuando antes mantuvieron guerras cruentas, obedecen a razonamientos fríos y calculados que se anteponen a puros y duros sentimientos patrióticos destinados a narcotizar a la concurrencia. Patria y bienestar pueden ser términos contrapuestos. Lo bueno, en exceso, también puede ser malo, aunque aproveche a unos pocos
En fin: se aprecia que la Unión Europea pasa por días de crisis. Esto nos aleja de unos propósitos que favorecen el bienestar y nos orillan de las guerras.
Pero... el hombre suele tropezar muchas veces en la misma piedra.
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