miércoles, 4 de abril de 2018

PREDICADORES DE LA IGUALDAD

     La política al uso suele manejar palabras e ideas tópicas, engañosas y vacías, con las que tapar realidades que son, y siempre fueron, inevitables entre personas, aunque si  remediables en parte.
     La igualdad, por ejemplo, está presente en todas las  ofertas políticas. Pero sale uno de casa, extiende su mirada y no hay forma de encontrar esa igualdad, aunque ponga en ello el mejor  de sus intentos.
     La naturaleza es así  y los políticos en vez de garantizar un trato deseable para todo  ser  humano, 
(un trato digno, equitativo y por ende justo),  hablan de igualdad poniendo en marcha una promesa con la que inevitablemente ofrecen  a los  pobres equipararse con los ricos. 
     Quiero decir, al referirme a "un  trato deseable" -no confundirse- al hecho de que también  existe la equidad.  Equidad significa  dar a cada uno  lo que le corresponde en relación a sus méritos,  sin olvidar las necesidades básicas de todo bien  o mal nacido.
     Este es el caso. Hoy, cuando se habla de justicia social, hay millones de españoles que trabajaron en y para España y están sumidos en la pobreza.
     No se entiende que este malestar coincida con gastos excesivos -cuando no inútiles- provocados desde la política para el provecho relativo de unos pocos..
.    No se entiende que a los extranjeros que huyen de sus países se les atienda, con mayor dedicación y medios económicos,  que al  nativo tan desamparado o más que el forastero. 
     No se entiende a los predicadores de la igualdad, que promueven fiestas, cohetes, derroches y otros gastos superfluos  con cargo al erario público, cuando tantos seres humanos sufren carencias ineludibles.
    El cumplimiento de los  derechos humanos se esfuma  allí donde los políticos  no administran. Este derroche,  va contra la equidad. Y va, aunque otra cosa se diga, contra la prosperidad del pueblo llano.
    Los políticos  deberían limitarse a garantizar una buena administración para distribuir  lo que tenemos, sea poco o mucho, con equidad, sin  olvido de  las primeras necesidades para los que nada tienen ni de la conveniencia de formalizar inversiones productivas.
    Por contentos nos  daríamos con esa política de mínimos. Hoy  hay quienes, al menor descuido se alzan con el santo y la limosna.
    Han pillado a dos docenas, pero siguen existiendo a miles. 

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