Resulta ser cierto que los ingresos salariales -una vez superados los mínimos exentos- tributan, en proporción, bastante más que los beneficios contabilizados por las grandes empresas en general; y mucho más, aún, si éstas son multinacionales.
En suma, el modesto contribuyente es el llamado a tirar del carro y, de paso, a soportar una presión fiscal que está llevando al País a una inmerecida pobreza. Para colmo de infortunios, mientras el contribuyente de medio pelo funciona como individuo indefenso, los fuertes van unidos en sendos regímenes corporativos y. sin salirse de la ley, pueden clasificar los resultados económicos para cotizar el mínimo posible.
Este es el pan de cada día: Los asalariados y los pequeños empresarios, -sota. caballo y rey- no pueden llegar muy lejos y al final su debilidad financiera les arrastra al fracaso. No se les admite otra filigrana fiscal que no sea fraude; algo que, al final, no compensa. La búsqueda de soluciones conduce al pago de míseros salarios, o al cierre del negocio. A la precariedad social. A la pobreza de las clases medias.
Un contribuyente bien intencionado, metido entre impuestos y reglamentaciones copiosas (dictadas para justificar la existencia de docena y media de "parlamentos legislativos" que cuestan un carajal), es un ser humano (chico o chica) llamado en España a sufrir y a desaparecer sufriendo.
¿Y que se puede hacer?
Primero: saber la verdad desinteresada y cuánto cuestan los excesos burocráticos a los españoles de la clases media y baja; saber cuánto se pierde en gastos superfluos; cuánto en fraudes y componendas corruptas; cuánto en iniciativas y empresas inútiles y cosas por este estilo...
Segundo: convocar acto seguido unas elecciones generales.
Un pueblo bien informado no toleraría a tanto cantamañanas.
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