Para que esto suceda con normalidad y eficiencia, hay que organizarse; se ha de mantener un conjunto de actividades económicas productoras de bienes y servicios de alta rentabilidad. Han de ser muy rentables para el que ejerce y dirige el cotarro y, por tanto, susceptibles de soportar una elevada presión fiscal proveedora de fondos para el bienestar de los necesitados.
Es probable que para cumplir estas condiciones básicas y que el sistema funcione, hayan de introducirse reformas y cambios que chocan con algunos hábitos y costumbres, muy extendidos entre españoles de todas sus nacionalidades y regiones. Por ejemplo una reforma fiscal que reduzca a mínimos la defraudación tributaria.
Hablemos de España: sería imprescindible satisfacer la necesidad que se siente de saber con exactitud el importe de los dineros que escapan del control fiscal, para acabar con la epidemia. Y no nos engañemos: haría falta, además, darle un meneo radical al sector de la enseñanza, para formar muy buenos profesionales y competir con ventaja en la palestra de la aldea mundial. En el fondo el bienestar va parejo a los estímulos renovadores y a cualquiera se le alcanza que la investigación pujante está (y estará) en manos de los mejores científicos.
Usted lector comprenderá que una iniciativa de este estilo, bien explicada y puesta en marcha por unos buenos y honestos políticos, sería beneficiosa para una inmensa mayoría de ciudadanos españoles de ambos sexos, y no originaría ni gastos inútiles, ni pérdidas de tiempo, ni cabreos odiosos, ni fricciones fronterizas.
Es decir que estamos perdiendo el tiempo y el dinero en lo que en mi pueblo llamaban chorradas del sacristán.
¡Así que pintan bastos!
Es decir que estamos perdiendo el tiempo y el dinero en lo que en mi pueblo llamaban chorradas del sacristán.
¡Así que pintan bastos!
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