jueves, 25 de enero de 2018

CANTÓ LA GALLINA

     El clima mediterráneo se presta como pocos a la ficción. Todos los días amanece. Nuestro despertar soleado, propio de estas latitudes, nos induce al optimismo. El optimismo casa bien
con la mentira. ¡Buenos días! ¿Qué gano yo, ni nadie, con el pesimismo a cuestas?
     El político siente la injusticia que padecen los débiles. ¿Por qué sufren? y ¿por qué sufro yo? Por ahí se empieza.
     Claro está: Ahí nace el optimista. Tiene facilidad de palabra, es expresivo en el gesto, interpreta y se ofrece. Y convence.
     Convencer es una forma de vencer; una versión  facilona del futuro. Puro optimismo. Y para alimentarlo, hay que hacer promesas. Tarea fácil. Lo difícil es darles realidad. Además, los hechos prueban que el triunfo auténtico, el que resiste la prueba del sacrificio, hasta del dolor, es personal. Hay que ganárselo en el quehacer diario  con perdurable voluntad. He ahí el sentido de la educación. No son las leyes las que obligan: son los valores personales.
     La versión política del sacrificio superficial se resume en una frase histórica llena de contenido: "París bien vale una misa".
     En Valencia ha surgido una  muestra de arrepentimiento de la que es protagonista un político que pasará a la historia. Ha cantado  como gallina la puesta del huevo. ¿Se le puede creer?. A mi entender, no. ¿Por qué? Por su desparpajo. Antes fingió inocencia; ahora arrepentimiento. Y tal virtud, sólo se alcanza con el cumplimiento de la quinta condición: satisfacción de obra, Esto es devolver el dinero estafado a sus legítimos dueños.
     Que conste: no prometo nada. A cada palo, su vela.

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