Voy a servirme de un símil, un simulacro, para deducir una respuesta que me sirva de guía ante un futuro cargado de peligros.
Imaginemos un ente, una Nación asociada a una organización Continental, tal que España y la Unión Europea. Esto se materializó cuando los teóricos se hicieron comprender y convencieron a las dos partes del beneficio que derivaría, para ambas, si llegaran a unirse.
Los beneficios, muy diversos, se materializaron en una idea capaz de interesar a todo pichicato: todos seremos más ricos, o menos pobres.
Como casi siempre sucede en estos casos, más de uno pregunta: ¿Y cuántos somos todos?
Rebuscada pesquisición porque demuestra que muchos desean ser ricos, siempre que el vecino siga de pobre.
En el fondo, cuando se habla de riqueza se está defendiendo el poder. No un poder simbólico, un poder jerarquizado en virtud de viejas herencias (fueros) que en tiempos idos dieron fortunas: se trata, hoy día, de un poder económico, materializado en monedas, de cuyo reparto ¡ya hablaremos!
Entonces, llegados a esta fase discriminatoria, surgen los políticos avispados: "Me uno como europeo que soy, pero lo hago en mi condición de catalán. que no es moco de pavo"."¿Dónde está mi poder? En las multitudes que dirijo. Y me apoyo en su legitimidad: seguir siendo catalán; y en la legalidad: mi derecho a marcar fronteras".
¿Usted sabe que el progreso arrasa a las tribus débiles y las manda a perecer en la soledad donde el poder no cuenta?
No importa. La vida es así. Queremos el cielo, donde ese poder jerarquizado sí cuenta.
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