Toda nación que se precie, si es miembro de la UE, ha de estar regida y gestionada por un equipo de políticos capaz de organizarse para ser influyentes en la Unión.
Lo cual, dicho así, en frío, puede parecer una desiderata: un relato de nobles deseos insatisfechos de difícil logro. España está en ello. Y gracias a esa influencia se ha podido controlar, por ahora, la crisis de Cataluña.
Pero si los gobiernos no aciertan a gestionar su propio país en beneficio de sus ciudadanos (no de sus políticos), es indudable que esa influencia decae y el problema adquiere dimensiones inabordables para una nación que no acierta a superar del todo su otra crisis: la económico-social.
Por esta razón es ineludible mirar por dónde y cómo se anuncia la llegada del futuro y tomar conciencia veraz de la qué nos espera: lo que nos sobra y lo que nos falta para estar en forma, para llevar la iniciativa y dominar los movimientos secesionistas en bien de la gran mayoría de españoles, sin perjudicar -todo lo contrario- a los que no quieren seguir en España. Todo sin quebrantar un deseado equilibrio democrático.
Después de conocido el resultado electoral autonómico, pueden formar gobierno en Cataluña los mismos causantes de la crisis regional.. Esto induce a pensar que vamos a volver a las andadas. Con la particularidad de que el Gobierno central ha perdido votos, está tocado.
La tendencia de los políticos españoles frente a los secesionistas, solo parece tener una salida: el diálogo en el que los españoles conceden y sus adversarios ganan. Lo dicen ellos mismos: Se trata de ganar treinta o cuarenta años de paz. Es un engaño; su meta es la independencia.
Y el único camino para vencer son los votos. Los votos llegan y se mantienen allí donde están. No en Madrid ni desde Madrid.
Así se ha demostrado. Ganen votos en Cataluña y se acabará la crisis. Entonces seguiremos siendo influyentes en Europa.
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