Hablar de España a estas alturas es una prueba de optimismo. ¿Y por qué? Por una sencilla razón. Porque viene siendo gobernada -llamémoslo así- desde hace siglos, por una colección de españoles que -salvo casos aislados- no supo administrar sus reducidos recursos.
Los que han seguido de cerca la evolución de las aspiraciones nacionalistas de Cataluña y del País Vasco peninsular, no negarán que siempre hubo secesionistas. Querían gozar, y siguen queriéndolo, cada uno de ellos, de un Estado independiente. Sabían de sobra que vascos y catalanes, eran distintos, de otra raza, con su propio idioma, sus dotes y virtudes, su sensibilidad para el arte, sus costumbres... ¿A qué insistir? Había que votar que sí, aún a sabiendas de que los antecesores de la mayoría eran y son charnegos o maquetos. No fue un acto de valor. Era un arrepentimiento tardío para acabar con la vergüenza de descender de una raza inferior.
Expresarse así es duro, lo comprendo, y la que se llamó judaización en tiempos idos, es muy actual y no solo española.
No es que personalmente me sienta contrario a un proceso autonómico ni a que los naturales de un país quieran administrar la vida de una región, de una comarca, de una ciudad o un pueblo... Todos nos necesitamos porque estamos hechos de la misma madera y lo que llegue a valer una colectividad, depende de cada uno de los habitantes que la integran. No es un problema de raza, de idioma, de pigmentos o colores... Es un problema individual, de cada persona... de su voluntad... Un país es rico si lo son sus habitantes. No puede serlo si sus habitantes se empobrecen.
Ahora, cuarenta años de experiencia, nos demuestran que España es un vivero de falsas naciones emergentes, capaces cada una, de que los españoles -vascos y catalanes incluídos- , seamos cada día más pobres, o menos ricos.
¿Saben los que llevan las riendas de España y de las CC.AA. -todos- lo que nos cuesta a los españoles las discordias entre políticos con aspiraciones insolidarias? ¿Qué no?
No me hagan caso. Lean a los más enterados y neutrales politólogos, que no politicastros.
Y miren hacia la escuela. Ahí está el problema.
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