No es difícil entenderlo: hay países que saben situarse en vanguardia, capaces de prosperar donde otros, -los más- no aciertan a dar una en el clavo y se pasan la vida obligados a machacar a la herradura; nada que sirva de provecho al que tira del carro, aunque favorezca a quienes van encima y llevan el mando. Consecuencia: hay muchos. países retrasados.
Tampoco cabe asombrase porque en un mismo país convivan pobres y ricos, entre los cuales las grandes diferencias van en aumento y por barrios. Los residentes en las zonas pobres soportan unas condiciones de vida harto exigentes y difíciles de superar; los otros sufren menos.
Pese a todo, estos países de medio pelo admiten las migraciones masivas. Las admiten por razones a veces justas y otras perversas; unas generosas y otras egoistas.
En los países, donde el paro hace estragos y sobra la oferta de mano de obra, trabajas barato o no trabajas, salvo que seas un fuera de serie en tu oficio o profesión o te dediques a la política remunerada y clientelar. Los políticos de buena fe suelen tener resuelta su vida, pero de esta clase quedan pocos; los demás, a lo suyo, se localizan y generan corrupción.
España pasa por ese trance: los salarios no medran o lo hacen en dosis ridículas. El resultado está ala vista: hay demasiados pobres que lo pasan mal en beneficio de unos pocos que viven muy bien.
¿Es la Constitución la que ha de modificarse? Primero habría que cumplirla y pasada la experiencia ya veríamos.
Deberíamos dar menos importancia al retrovisor, y con la vista al frente, seguir el norte que ya han descubierto en otras latitudes: innovar. Pero innovar no supone romper con lo antiguo si es bueno. Innovar es promover puestos de trabajo (donde se trabaje de verdad) dignamente remunerados y gastar menos en subvenciones politizadas, empleos inútiles también politizados y otras monsergas.
Lo malo es que hay leyes a toneladas que son disuasivas y con efectos de llamada.
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