lunes, 30 de octubre de 2017

LA NACIÓN DE NACIONES NUNCA EXISTIÓ

     En nuestro ámbito europeo y entre cristianos, desde un punto de vista al uso, común, sencillo y  elemental, coexistían reinos, condados, ducados, señoríos, etc. sin olvidar las jerarquías eclesiásticas que solían comer aparte  sin  renunciar al poder temporal tejas abajo. No en vano todo poder se ejercía por la gracia de Dios.
     La evolución, propia de las sociedades avanzadas,  puso en  duda la intervención de la divina gracia en el fundamento y ejercicio  del poder y, a  fuerza de sudárselo,  descubrieron que,  mediante elecciones honestamente organizadas, se podían encontrar personas competentes para ejercer de mandamases. Y la patria, la nación, la potencia armada, empieza por esta vía a ser un título político- jurídico  donde el poder pierde su condición divina para para ser competencia del pueblo soberano. El pueblo adquiere así la deseada soberanía que califica a una nación cuyos límites se fueron forjando de muy diversas formas.
      Por ejemplo España, con la Constitución de Cádiz en 1812, quiso ser una nación de naciones aún en formación, puesto que su  contenido abarcaba no sólo al territorio peninsular europeo e islas adyacentes,  sino a todos los que entonces  constituían la América hispana y a las colonias de nuestra hoy sufrida patria,  dispersas por otros mares.
     Ahora bien, como  estos países querían ser soberanos, es decir "naciones", le declararon la guerra a España hasta conseguir que, en  cada demarcación, fueran ellos  capaces de labrar la felicidad o desgracia de sus gentes,  porque lo suyo era ser soberanos de una pieza, sin monsergas ni historietas, como vienen  a ser las naciones culturales.
     Los políticos suelen ser humanos de poca imaginación,  salvo excepciones. Las políticas son cosa bien distinta.

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