Si se detienen a examinar el proceder de los políticos que mantuvieron o mantienen sus actividades en países donde el nivel cultural es de dudosa calificación, advertirán que son minoría los que pueden presumir de haber vivido su aporreada vocación como modélicos demócratas.
Y los que no faltaron a su palabra -dicha sea la verdad- se retiraron a tiempo huyendo de la plaga contaminante.
Este mal que se detecta, la falta de integridad, el todo vale, está grabado en la semilla de origen de estos políticos: de padres gatos hijos michinos.
La primera falla vocacional responde a la quiebra de un principio: el de su lealtad. Es admirable comprobar cómo juran o prometen ser leales a la Constitución, en nuestro caso española, y cómo incumplen lo jurado o prometido tan pronto les conviene,
Los secesionistas forman cuerpo aparte. No por nada: son leales a macha martillo, es verdad. Pero juegan con naipe propio. Se pasan por el forro su promesa de lealtad, cuando la exigencia de su cumplimiento salta ciertas barreras. Entonces, la Constitución -y más si es española- "se acata pero no se cumple". O cómo se ha descubierto últimamente, se colocan bajo el amparo de unos "principios universales" muy superiores en calidad y nobleza a los constitucionales, amañados para anular a las pequeñas naciones, según ellos dicen.
Y los otros con mando en plaza, -secesionistas o no- si bien prometieron o juraron no codiciar los bienes ajenos, ahora están casi todos contaminados por el feo vicio de apropiárselos pringándose como gorrinos; o sea cerdos la española, unos por comisión y otros por omisión. Bajo esta negra sombra, muchos parecen ángeles. .
Las virtudes clásicas, que debe llevar impresas en lo íntimo del alma todo político, -prudencia, justicia, fortaleza y templanza- han caído -por su falta de lealtad- en un profundo abismo. ¡Miren hacia Cataluña!
Además, no dan una en el clavo. Los incendios, si no los sofocas a tiempo y con pocos riesgos, son tolerables. Luego, si la ocasión se deja pasar, son una plaga y además resulta muy cara.
Pero los españoles no aprenden que los males colectivos tienen un precio que lo pagan todos-
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