Recuerdo la conversación mantenida con un pequeño grupo - cuadro dirigente del PP vasco- al que un tercer amigo, en los días iniciales de la crisis económica (en el año 2008), les decía: "la política ha de ir por delante de la economía".
Venía al caso el tema porque el Ministro de Hacienda del momento, para reconducir la economía española, cumplió el encargo de imponer una disciplina económica rigurosa que se tradujo en la merma de ingresos de las clases media y baja de toda España. Los sufridos contribuyentes echaban chispas con razón porque se les había prometido todo lo contrario.
Esto era malo, pero pronto vino lo peor: por parte del mismo Ministerio de Hacienda se acordó conceder una reducción brutal en el pago de impuestos, a los que debiendo tributar en España, escondían sus dineros en paraísos fiscales; era un regalo del Estado que se costeó, con el dinero de todos los españoles, en favor de los tunantes furtivos que legalizaron su situación con saneados beneficios.
El amigo, al denunciar el caso, añadió: os costará en el futuro la pérdida de muchos votos. Y así fue. Pero los oyentes, rectores del partido, se quedaron tan anchos.
Ahora estamos a vueltas con el separatismo catalán que ha despertado las alarmas. Pregunto: ¿Qué política, qué doctrina, ha seguido el Gobierno para, al defender la unidad de España, contar con el apoyo de las multitudes españolas concernidas en el asunto?
Veamos: poner su confianza en el poder judicial sin tener en cuenta que la política necesita mucho más del empuje de la calle, que es donde están las voces, las emociones, los votos...
Lo decía mi amigo: la calle se gana con la política; la economía es un apoyo muy importante, pero al servicio de la primera.
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