España es un país que admite, en virtud de principios excelsos (derivados de su religiosidad y de su patriotismo) rifirrafes dramáticos, que suelen tener repercusiones graves en la vida diaria de las personas y de las familias. Sin generalizar, los españoles son sensibleros acalorados que se dejan llevar por emociones, muchas de ellas ligadas a su patria chica.
Nunca habría llegado a imaginar una escena real, montada dentro de la iglesia de un pueblo de Cataluña, en la cual unos recuentan papeletas de votantes, mientras el grueso de fieles siguen atentos, desde la bancada, el desarrollo de una ceremonia religiosa.
Es curioso que esto suceda en un país donde la religiosidad se ha enfríado hasta extremos imprevistos, con pérdida casi total de vocaciones. Bien es cierto que, en su lugar, han proliferado los llamados por la oratoria.. Tengo la sospecha, al ver a tantos predicadores metidos a políticos, de que se trata de una característica racial. Es una forma de ganarse la vida.
Y en medio de todo ese garbanzal, aparece la plaga de los que dentro del gremio, por afición o por oficio, se sienten llamados a sembrar odios y a recolectar peleas dentro de casa.
Los españoles tienen muchos problemas derivados, principalmente de su forma de ser, muy dados a tirar con pólvora del rey.
Vean: nuestro montaje autonómico permite el gasto generoso -muchas veces incontrolado- de dinero a paletadas. Y entre tanto, tenemos encima la quiebra de las pensiones de jubilación, el paro millonario y la precariedad de los salarios, el peligro de una inmigración incontrolada, la degradación lenta pero ya detectada de las prestaciones sanitarias, la lentitud de la justicia, el crecimiento del déficit, etc. etc.
El sector público esa pendiente de una revisión crítica. Demasiadas naciones para un país poco desarrollado, digan lo que quieran. País con muchas fiestas y poco recorrido en busca del soñado Estado del bienestar.
Y ahora, se arma el tiberio catalán. El parto de la abuelita..
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