La palabra "cansancio" es en suma expresiva. Significa agotamiento, pero también -otra acepción- aburrimiento y hastío. Y si nos referimos al cansancio electoral generalizado y referido a un determinado sector de votantes -como sucede en el País Vasco con los simpatizantes del centro derecha o centro izquierda, partidarios del reformismo constitucional, pero unitarios- se advierte un agotamiento que se debe a la falta de fuelle (ideales y programas) de los llamados a reanimar sus estructuras políticas.
No conectan con los suyos, porque no atienden al sentimiento y criterio de sus votantes. Ellos, los candidatos, el mando, son partidarios de la unidad constitucional -lo proclaman a diario- pero luego, llegado el caso, no tienen inconveniente en pactar con el adversario secesionista en sentido opuesto, perdiendo en el envite el poder por el que dicen luchar; claro está, ceden en perjuicio de los suyos.
Así, por citar un caso, se entregó la escuela al nacionalismo vasco; escuela que, en el mejor de los casos, ignora -es duro decirlo- a una Nación llamada España y, por tanto, al dictado constitucional. Y menos mal que no les da por arrear estopa, que todo es posible según cómo sople el viento.
A conseguir y beneficiarse de estos pactos en la sombra lo llaman democracia. Y a la libertad de enseñanza, teóricamente aceptada como ideal democrático del que se hace caso omiso, por no decir burla, pueden llamarle tolerancia gloriosa. Es lo mismo. Ellos saben dónde y cómo sembrar doctrina y poder de rebote, que es lo que interesa. .
¿Que denotan los votantes agotados? Que los suyos han salido de un camino: el de la autenticidad programática. Terminan por aceptar la orilla del ajeno, y esto cansa.
La leal oposición, es de verdad democracia. Tiene un inconveniente: hay que tener el valor de ejercerla.
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