martes, 19 de julio de 2016

LA ENFERMEDAD DEL PODER

     Estoy entre aquellos que tratan de averiguar - confieso que es una mala costumbre- las causas que motivan el comportamiento de las personas en el corto, el medio y el largo plazo. Esta manía te obliga a profundizar, a tener que atar muchos cabos sueltos y, en consecuencia, a limitar el número de personas que puedes someter a una detenida prospección.
      Como es natural a mí,  aficionado a la política, me interesan las cuatro figuras,  España como escenario,  que mueven -y se mueven en- la sartén donde se elabora el porvenir de los españoles en nuestros días. Quiero dedicar cuatro líneas a don Pedro Sánchez, elegido en unas primarias -consideradas casi infalibles- para Secretario General del PSOE. ¡Vaya chasco!
      Seguro de sí mismo, se prometió  y prometió a sus votantes un mundo feliz, sin tener en cuenta que -como sucede con las armas de fuego- las carga el diablo. Lleno de moral de la buena, Don Pedro empezó su recorrido en la creencia de  que era  un camino de rosas. Con mirada alzada, paso firme, guiños a la izquierda y sonrisa triunfante hizo el paseíllo del Domingo de Ramos, sin darse el  preaviso  del Calvario que lo esperaba  en el corto plazo.
       Anuncié para mis entresijos: caerá en la trampa, pero tratará de disimular su fracaso. Serán sus interesados amigos los últimos en reconocerlo: le pedirán que aguante el tipo. Lo malo es si el fracaso se diluye; si sus efectos se retardan y si les falta cuajo a los afectados  para apartar de ellos este cáliz. Las consecuencias pueden e irreparables.
      En mí diagnóstico reseñado en una agenda consta: pese a la advertencias de prohombres socialistas destacados de  generaciones pasadas, el interesado se mantendrá en el error; parece vivir en los años treinta del siglo XX. Diría que -salvando diferencias- hay un carlismo de izquierdas; aquéllos a vueltas con su Rey legítimo, éstos con la II República.
      ¡Ojalá me equivoque!  

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