A mí, que no he puesto mi fe en los cambios prometidos por los políticos y si creo en los generados por una constante y mejor formación de las personas, me preocupa la deriva del conjunto de España. Trato de valorar los hechos del día a día y cómo enfrentarse a ellos, y no veo a las generaciones actuales -en general- decididas a prepararse para dar un do de pecho. Para arriesgarse -por citar un caso- a crear puestos de trabajo de los que tan necesitados estamos.
Es más: los políticos se ofrecen para hacer el milagro como si tuvieran la varita mágica creadora de empleo. ¡Qué más quisieran! Al final, como remedio, recurren a subsidiar al necesitado hasta donde llegue el dinero. Y cuando se acabe, se acabó. ¡No hay más! El cambio, para millones de personas, se quedará reducido a esperar las migajas de la caridad o a la implantación de un poder totalitario donde el Estado se convierte en patrono. Todos pierden, menos los que se mantengan en el poder político
Para empezar, aquí donde resido -País Vasco- vamos viendo como dos partidos de ámbito estatal y constitucionalistas van paso a paso dejando de ser partidos de algún relieve dentro de su esfera de influencia. Eso sí, se comprueba que el hecho carece de importancia y se le espera como algo lógico y consecuente, dadas las circunstancias que vienen a coincidir con una radical pérdida de hegemonía del poder central.
El PP y el PSOE, de la vieja escuela, caen del árbol como peras maduras. Y no es así: caen porque el peral está secándose, ya que los responsables no supieron ver que necesitaba riego y abono, o sea nuevas ideas para resolver nuevos problemas.
La política ha de atender -a mi entender- tres puntos básicos muy sensibles e importantes: el social, el cultural y el territorial. Y al examinar esa tríada que demanda tarea, es fácil deducir si se le prestó la atención que se merece.
En consecuencia: estoy desilusionado. Verán:
Vámonos al sector social: si se examina la realidad que nos rodea, una mente lógica nos indica que no hay mejor bienestar personal que el conseguido por medio de un trabajo seguro y digno. La necesidad indica que las mocedades han de ser educadas en tres virtudes, por lo menos: formación profesional, iniciativa y constancia para emprender, trabajar y cooperar y sobriedad en la vida diaria. La educación del carácter ha de ir por delante del adoctrinamiento del signo que fuere. Y eso no sucede en nuestros días.
Por ahí empezaron a descuidarse los partidos tradicionales aludidos. ¡Ya veremos en qué terminan estas misas! No creo que los políticos nos obsequien con el rosco de pascuas.
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