Entre los catalanes secesionistas se cultiva el humor del colonialista, que consiste en ponerse lentes de aumento para ver las pajas en el ojo ajeno, y los prismáticos del revés cuando se trata de examinar las vigas en el propio.
Ellos prohíben que un comerciante en Cataluña se anuncie únicamente en castellano y multan al infractor para conseguir el efecto deseado, mientras se pasan por la entrepierna la libertad de expresión; y arman la marimorena cuando quieren manifestarse con banderas estrelladas, en pro del independentismo catalán, en una sonada final de fútbol española; se salen con la suya y aquí paz y después gloria.
Los susodichos secesionistas van consiguiendo que, -entre los gobernantes que no ven porque no miran, y algunos otros robaperas partidarios de la libre interpretación de las leyes- convivamos españoles de dos clases: los secesionistas más demócratas que Demócrito, del que dicen que se arrancó los ojos para no distraerse de sus obsesiones, y la tropa sin graduación que somos el resto de los mortales de España, no atraídos por la Cataluña prometida.
Llevar multitudinariamente una enseña o símbolo de una expresión política, como lo es la bandera estrellada, es una manifestación antiespañola; es una protesta colectiva de los secesionistas
contra los principios constitucionales.
Españoles de dos clases: los secesionistas -protegidos- y los constitucionalistas -ignorados-. No sé para que nos hacen perder el tiempo con tantas elecciones, si luego los llamados a dirigir nuestra patria, unos nos roban y a otros les importa la unidad de España lo que una higa.
No estamos dando alas a la libertad de expresión. Estamos dando refugio a una manifestación política antiespañola en el burladero de una competición deportiva puramente hispana.
Es como mearse con la capa puesta.
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