miércoles, 18 de mayo de 2016

ELLOS TAMBIÉN VOTAN

     La literatura española recoge la existencia de un figurón, el "Tío Alhiguí", personaje carnavalesco que salía  a las calles con su caña dotada de un largo sedal, a cuyo extremo libre enganchaba un higo seco. Desplegaba el aparejo y ponía el higo al alcance de los niños a los que animaba a comérselo: "al higuí, al higuí, con las manos no, con la boca sí". El fracaso estaba cantado porque el cañero alzaba el señuelo tirando del sedal cuando los invitados iban a zampárselo
     El juego sólo funcionaba con niños hambrientos que no perdonaban la ocasión de satisfacer sus ansias, aunque fuera en pequeñas dosis, con un higo deshidratado.
      Es tétrico recordar la escena. Hay que imaginarse un país lleno de pobreza para poder llamar la atención de la chiquillería; parece un episodio de novela picaresca, solo  posible si se vive de cerca y con plenitud la hambruna  de un amplio sector social.
      Adviertan ésto: son muchos los políticos que en período electoral salen con su oferta a jugar al higuí con fabulosas promesas,  más llamativas cuanto mayor es la penuria de los electores. Lo traigo a colación en estas fechas, por una razón: la poca sensibilidad social de algunos políticos  respecto a la pobreza española de nuestros días.
     Creer que la justicia social acabará con esa pobreza mediante la casi milagrosa creación de puestos de trabajo, es un desiderátum, un ideal difícilmente alcanzable. En una sociedad avanzada, donde el índice de vida se alarga mientras las familias se deshacen,  los niños estorban, la droga lamina y las guerras expulsan; donde los desahuciados se quedan sin hogar y sin calor, los mejor preparados huyen de la iniciativa, del trabajo propio y de la sobriedad como estilo de vida; donde hay cada día más pobres y menos clases medias y aumenta el número de los que terminan por quedarse  solos y desvalidos... En suma, donde la solución es caritativa y pobre, pero  pierde en equidad y justicia, no todo es economía, ni hay para todos, de todo, ni valen las soluciones precisamente milagreras, por muy arropadas que estén con sucedáneos técnicos.
     Hace falta educación cívica y ética, porque los desasistidos también votan. Sobre todo hay que saber distinguir el  "cambio", tan prometido como idealizado,  del alhiguí que se  ofrece como solución  de todos los males.
   

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