domingo, 14 de febrero de 2016

LA IGUALDAD DE LO POSIBLE

     Cuando el Nazareno apareció en escena y reunió a sus fieles para ponerles al tanto de la realidad en el Sermón de la Montaña, (bienaventurados los que padecen hambre y sed de justicia porque  ellos serán saciados), no hizo otra cosa sino dar testimonio de que en este mundo la igualdad no existe.  Tal vez por eso dejó abierta la esperanza de otra vida, la del más allá, en la que serían compensados los seres  humanos por todos los sufrimientos soportados  en el planeta Tierra. Eramos iguales ante Dios.
     Durante la Revolución Francesa  se divulgó la doctrina de "libertad,  igualdad y  fraternidad o muerte", pero del dicho al hecho hay un gran trecho. Se quedaron  a medio camino y, en cuanto a igualdad se refiere,  tuvimos que conformarnos con eso que llaman "igualdad ante a ley". Bien sabe Dios -el que  más tiene, más puede- que millones de personas, desasistidas y débiles, las pasan canutas  en esta vida y llegan, no pocos,  a perecer sin remedio con la esperanza de ser redimidos en la otra orilla.
    Entre los seres vivos bípedos e implumes ´-según pensaba Unamuno- unos reúnen mejores condiciones que otros para hacer su vida, ya que las desigualdades no las arregla ni el que pudo un día asar la manteca. Alguien ideó la igualdad de oportunidades, pero fue como aplicar a un muerto los parches de sor Virginia. Sólo somos iguales ante la ley, y no todos.
    Los ricos, que todo lo pueden menos eludir la muerte, se inventaron los paraísos fiscales y los impuestos indirectos y, cada día que pasa,  son más ricos, mientras los pobres crecen en número y son a la vez más pobres.
    Y se acabó. Las desigualdades están ahí repartidas por barrios o familias:  se palpan, se sufren,  se lloran  por abajo,  y dan alegrías,  días de gozo,  plenitud de satisfacciones por arriba.
    El remedo, la imitación de la igualdad existe, pero no deja de ser un engaño. La igualdad-mito se ve en las masas rebañegas conformistas. Se mueven, sin grandes exigencias,  bajo la autoridad de un guía pastor que lleva vara y se ayuda de una jauría de perros para que todos cumplan sus órdenes.
    Las desigualdades equilibradas y menos injustas aparecen cuando las masas van por  libre y sus
singularidades crecen, también equilibradamente, según sus méritos;  no cuando la falta de escrúpulos pone a los países en manos de trincones. Es cuestión de principios.
    Los pueblos cultos y ponderados van por los senderos del mérito. Entre los incultos, suelen prosperar los más tramposos. Hay que elegir.
    España, en este orden de cosas, no acierta a dar con el sendero del equilibrio.  Basta ver la calaña, de nuestros políticos, salvo muy contadas excepciones.

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