jueves, 17 de septiembre de 2015

DIVAGACIONES DESDE VASCONIA LIV

     NO SOMOS  IGUALES.- Este aserto se demuestra  cada vez que coincido con mi nieta de cuatro años en un parque infantil, que tanto le gusta  porque esta lleno de columpios, toboganes y trebejos. Ella sube, baja, prueba  su agilidad y disfruta ajena a cuanto la rodea. Yo me siento en un banco para disimular mi artrosis y me conformo con poder aún caminar apoyado en mi bastón. Evidente: no somos iguales.
     De forma parecida, los catalanes separatistas -aunque por otras razones- se miran y nos miran y concluyen: no somos  iguales, como no  lo son la niña y el abuelo, ni falta que les hace. Ellos tienen sus singularidades y nosotros las nuestras,  que nos les gustan.
     Aquí, en el parque infantil, y allí en Cataluña, lo que se discute y preocupa es quien va a ejercer de amo,  quién va a mandar y a quién va a beneficiar el ejercicio  del poder, sin olvidar que el anciano ha de cuidar a la niña.
      Para consolar a quienes pierden poder nos hemos inventado lo de ser  iguales ante la ley. Tampoco es verdad. Es un ficción, un trampantojo. El caso merece una divagación aparte.
      Hay diferencias que nunca se arreglan, ni siquiera por las democracias. En la  antigua Grecia, cuna de todo rastro democrático, resulta que tenían esclavos. Seguramente, vivían en peores condiciones que los amos. Y gran número de aquellos demócratas griegos, consideraban que la esclavitud era justa, buena y deseable. Esperemos que los separatistas catalanes no lleguen tan lejos pero, en el fondo no se sienten iguales a los españoles, por más que nos quieran hacer ver lo contrario.
     Los separatistas catalanes - aunque ellos no lo digan, hemos de tener el valor de reconocerlo -, son singulares (y  superiores) claro está. Afortunadamente,  esta singularidad y este virtuosismo se contagian,  hasta el punto de que muchos españoles, -junto a  sus  hijos, nietos y demás familia-, a fuerza de pasar muchos años  inmersos en un clima separatista, asumen la doctrina de la superioridad con derecho a reconocimientos singulares, pese a su españolidad,  y se hacen así separatistas..
     Luego está el idioma de Castilla. Como  también es sabido entre separatistas, es un idioma vulgar hablado por tantos mortales que,  al fin, no nos singulariza, sino que nos vulgariza. Eso sí, es uno de los mejores instrumentos para entenderse con quinientos millones de personas sin necesidad de intérpretes. Como puede comprobarse  un idioma regalo, aunque vulgar, que muchos que lo hablan no se lo merecen.
       Dicen por  Castilla que "entre probaduras y probaduras se le fue el virgo a la Juana". Si por uno fuera, merecería la pena dejar a los catalanes separatistas  con su  independencia en régimen de prueba, aún cuando las virguerías hayan dejado de ser una virtud.


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