UN ATRASO CONSENTIDO.- El
General Espartero, el 18 de mayo de 1837, emitió una proclama dirigida a sus
adversarios de las ya conocidas como “las Provincias” y, entre otras cosas,
advertía: “Vascongados, estos mismos que no se cansan de engañaros, os dicen
que peleáis en defensa de vuestros fueros; pero no los creáis. Como General en
Jefe del Ejército de la Reina y en nombre de su Gobierno, os aseguro que estos
fueros que habéis temido perder, os serán conservados, y que jamás se ha
pensado en despojaros de ellos”.
No
fue tarea sencilla; se deseaba terminar con la guerra civil y, con altibajos, se venía gestando el que luego se
llamó “Convenio de Vergara” firmado en 1839 que reza en su artículo 1º. : “El
Capitán General Don Baldomero Espartero recomendará con interés al Gobierno el
cumplimiento de su oferta de comprometerse formalmente a proponer a las Cortes
la concesión o modificación de los Fueros”.
La
posterior ley de 25 de octubre de 1839 en su artículo primero, proclama: “Se
confirman los Fueros de las Provincias Vascongadas y Navarra, sin perjuicio de
la unidad constitucional de la Monarquía”.
Henos
ahí ante el primer intento de conciliar la persistencia de los Fueros, sin
chirriar, dentro de un sistema constitucional.
Desde
el Poder Central quisieron dar a entender que era posible la coexistencia de la
Constitución y de los Fueros y como expresión de su buena voluntad en el
artículo segundo de esta Ley se dispuso: “El Gobierno, tan pronto como la
oportunidad lo permita y oyendo antes a las Provincias Vascongadas y a Navarra,
propondrá a las Cortes la modificación
indispensable que en los mencionados Fueros reclamen el interés de las mismas
conciliado con el general de la Nación y la Constitución de la Monarquía,
resolviendo entre tanto y provisionalmente y en la forma y sentido expresados
las dudas y dificultades que puedan ofrecerse, dando de ello cuenta a las
Cortes”.En las Vascongadas surgió una protesta fuerista que fue evolucionando hacia el Carlismo, porque Carlos V de Borbón se enfrentó, por una cuestión dinástica con los seguidores de su sobrina Isabel II. En busca de adeptos, prometió Carlos la reintegración foral y de otras tradiciones; tuvo muchos seguidores llamados carlistas. Isabel abrió las puertas a los defensores de la monarquía constitucional y con ella a un nuevo régimen inspirado en la libertad, la igualdad y la fraternidad y en la supresión de antiguos privilegios; tuvo seguidores llamados isabelinos. Y se liaron a guerrear los unos contra los otros en perjuicio de los españoles que seguían atrasados con respecto al resto de Europa.
Uno de los efectos de aquella lucha, la supresión de las aduanas interiores supuso el gran paso para que el País Vasco -especialmente Vizcaya- pusiera su nivel de vida a la cabeza de toda España
En cuanto a Cataluña las desavenencias datan de la llegada del primer Borbón que suprimió sus especialidades privativas, con motivo de la guerra de Sucesión en la que Felipe V salió victorioso. Y Cataluña prosperó como no lo hizo nunca, con el esfuerzo de los catalanes, cierto, pero en un mercado, el español, gracias a una política arancelaria central en favor de la industriosa Cataluña.
Así de viejo es el pleito y aún remueve conciencias cuando estamos invadidos por los problemas derivados de la globalización de pueblos y naciones; cuando de otros países llegan a Europa, en manifestaciones de dolor y sufrimientos, centenas de millares de hombres, mujeres y niños de otras latitudes y regiones huyendo de la muerte. Este es el gran problema ante el que han de estar unidos todos los europeos. Muy al contrario, nosotros seguimos con la matraca de los fueros hoy traducidos en separatismos retrógrados tendentes a la desunión, además traumática.
En España, como es costumbre enfrascados en ideales con dos o más siglos de retraso.
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