Por los años sesenta me daba por escribir pequeños comentarios sobre los también pequeños abusos que favorecían a un contado número de caciques que se hicieron "conocidos" del Alcalde de Vitoria, muy popular a la sazón, - buscaban coincidir en punto y hora, la del desayuno, en la barra del Círculo Vitoriano, donde el edil se dejaba que le hicieran la pelota - y dispuesto a cumplir con el dicho muy popular entonces: "al amigo hasta el culo, al enemigo por el culo y al indiferente la legislación vigente".
¡Ya me dirán! ¿Ustedes creen que la democracia ha podido con estos malos hábitos? Seamos sinceros: no. En vez de obsequiarse con un desayuno por unos cientos de miles de pesetas, ahora están en juego millones de euros.
Un amigo me aconsejaba moderación, que la vida es corta y no estamos para quijotismos. Yo le decía: "pero esto acabará algún día". Claro que acabó. Cambiaron los perros y vinieron otros con los mismos collares. ¡Que no es porque lo diga yo: si no, pregunten al Sr. Rajoy!
Vitoria estaba creciendo y se edificaba a esgalla. Las ordenanzas limitaban la altura de los edificios y esto reducía la ganancia. El caso estaba en manos del alcalde. Y sus "pelotazales" no paraban de darle jabón a pasto. Y yo, enterado del caso, dale que te pego, a poner a la opinión en contra. Me apunté una pequeña victoria de la que nadie se acuerda. Se pudo evitar que en la esquina de una manzana edificios, frente a la nueva catedral de Vitoria, se levantara una torre de no sé cuantos pisos, porque ése había sido calificado como "punto singular".
Moisés bajo del monte Sinaí con las tablas de la ley para que su pueblo mirara al cielo. Pero Moisés los halló postrados ante el becerro de oro.
Otro día les contaré por qué fracasó en el intento.
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