viernes, 13 de marzo de 2015

LOS AMOS DE ESPAÑA

     Nací y me crié en un  pequeño pueblo alavés, cuenca de Omecillo, afluente del  alto Ebro, donde diez niños formábamos  un  grupo con iniciativas endiabladas. Vimos a un mendigo con su  perro,
arrimados a una tapia para protegerse del cierzo.  El mendigo comía y el perro miraba a la espera  de un bocado. 
     - ¿Por qué no le da algo de comer? -preguntó uno de los nuestros.
     - Primero el amo; luego ¡ya veremos!
     - ¡Le compramos el perro! - dijo otro de los nuestros.
     - Por  diez perras gordas es vuestro.
     Tras una breve deliberación, apoquinó cada uno su perra gorda y el perro fue nuestro. Para su desgracia, claro está. Antes tenía comida, poca pero no le faltaba, un saco de cáñamo como yacija y los jirones de una  manta como abrigo para cobijarse en la noche; nadie lo quiso llevar a su casa,  o no pudo, por miedo a sus padres.
      El perro enflaqueció, perdió defensas y cogió la sarna.
      - Hay que matar a  ese perro dijo el alcalde. Y bajo esa orden, -yo no quería matarlo pero estaba en minoría-  los niños metieron al perro en un saco junto a unas pesadas piedras y lo tiraron a la poza más profunda del río. ¡Se acabó la sarna! 
      Cuando veo a los políticos (y oigo sus planes) disputarse el título de "amos de España"  - que no por otra cosa luchan - me echo a temblar. ¿Que hemos hecho para merecer ésto?
      Y digo amos de España porque -salvo contadas excepciones - todos prometen dar, con el dinero de los demás. Pero eso ¿qué importa?  ¿Ya llegará para todos? No importa, insisto: cuenta primero la mordida del amo; luego, ya veremos.
      Lo bonito es tener un perro al que mandar aunque  se muera de hambre y agarre la sarna. Siempre hay voluntarios para echarlo al río.
      Perdón por el manido recurso de la parábola.
     

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