arrimados a una tapia para protegerse del cierzo. El mendigo comía y el perro miraba a la espera de un bocado.
- ¿Por qué no le da algo de comer? -preguntó uno de los nuestros.
- Primero el amo; luego ¡ya veremos!
- ¡Le compramos el perro! - dijo otro de los nuestros.
- Por diez perras gordas es vuestro.
Tras una breve deliberación, apoquinó cada uno su perra gorda y el perro fue nuestro. Para su desgracia, claro está. Antes tenía comida, poca pero no le faltaba, un saco de cáñamo como yacija y los jirones de una manta como abrigo para cobijarse en la noche; nadie lo quiso llevar a su casa, o no pudo, por miedo a sus padres.
El perro enflaqueció, perdió defensas y cogió la sarna.
- Hay que matar a ese perro dijo el alcalde. Y bajo esa orden, -yo no quería matarlo pero estaba en minoría- los niños metieron al perro en un saco junto a unas pesadas piedras y lo tiraron a la poza más profunda del río. ¡Se acabó la sarna!
Cuando veo a los políticos (y oigo sus planes) disputarse el título de "amos de España" - que no por otra cosa luchan - me echo a temblar. ¿Que hemos hecho para merecer ésto?
Y digo amos de España porque -salvo contadas excepciones - todos prometen dar, con el dinero de los demás. Pero eso ¿qué importa? ¿Ya llegará para todos? No importa, insisto: cuenta primero la mordida del amo; luego, ya veremos.
Lo bonito es tener un perro al que mandar aunque se muera de hambre y agarre la sarna. Siempre hay voluntarios para echarlo al río.
Perdón por el manido recurso de la parábola.
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