martes, 10 de marzo de 2015

EL BIENESTAR ES UNA QUIMERA.

        En los primeros años de la dictadura, en plena guerra, se tomaron medidas radicales que de una u otra forma han repercutido en las costumbres aún vigentes. Una de estas disposiciones  afectó a los propietarios de fincas urbanas: se congelaron las rentas y cuando la inflación, quieras o no, repercutía en el alza de todos los precios, los alquileres  permanecieron fijos.Aquello duró décadas.
       Los pequeños propietarios viéndose en la ruina optaron por vender sus pisos a los inquilinos y así nació la que  se llamaría propiedad horizontal.
       Con la construcción paralizada, debido a la escasa o  nula rentabilidad de la inversión en inmuebles, alguien ideó el contrato de arrendamiento con opción de compra a favor del inquilino, que fue la forma de sacarle beneficio a la inversión.
      Todo fue posible  gracias a la política social de aquellas ya extinguidas Cajas de Ahorro, que propiciaron  la  construcción de viviendas a pagar en diez o más años mediante  cuotas fijas mensuales; fueron las que hicieron posible que las clases medias tuvieran resuelto el problema de la vivienda.
       Claro está: vinieron los políticos que se dicen -falsamente, en su mayor parte- defensores de los derechos humanos y se hicieron los amos de las Cajas. Es decir, la moneda mala desplazó a la  buena, hasta mandar el invento a la quiebra y poner a las entidades de ahorro  en situación de desprestigio como nadie pudo sospecharlo.
       Ahora esos mismos políticos  quieren reinventar los alquileres pero el resultado no es el mismo. El alquiler tiene sus riesgos para  el propietario, puesto que  el inquilino actual no es como lo  era aquél de antes de la guerra que, en general,  cuidaba de la casa como si fuera suya. Y los dueños de viviendas, remisos para el alquiler, quieren vender. Y aunque digan lo que digan, el crédito se da en nuestros días con garantías que, en tiempos de crisis, son obligatoriamente muy estrictas.
       ¿Y el alquiler? O se subvenciona o no funciona. Así que los propietarios prefieren vender, pero la venta tampoco funciona. Estamos ante la figura de la pescadilla que se muerde la cola.
       ¿Solución? El peligroso  chabolismo. También lo había con Franco. ¿Pero no habíamos quedado en que esto no pasa en las democracias con un Estado del bienestar en marcha?
       Está demostrado que el bienestar, impulsado por malos políticos, es una quimera.
      Solo un cambio del concepto especulativo del suelo, precedido y aliado a una revolución técnico-fabril de la vivienda, podrían resolver el problema.
      Estamos en manos de los científicos del urbanismo. Y, por desgracia, todos nuestros políticos hablan del cambio pero, ante las próximas elecciones, ninguno se ha parado a pensar en el  auténtico cambio que demanda el problema de la vivienda.
    Seguiremos como estábamos.




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