Supongamos que uno dijera: "Don Fulano está imputado por ladrón". ¿Cómo lo interpreta, entre nosotros los españoles, la mayoría de los oyentes? Muy sencillo, de inmediato piensa: "Don fulano es un ladrón". En suma: esa persona, sin haber ejercido siquiera el derecho a ser oída en su defensa, ya está condenada. ¡A ver quién levanta ese muerto! Este es un modelo de ataque personal, aun estando solapado y tiene sus efectos.
Sale el mandamás socialista y se dirige a los españoles, en general, con una frase para él lapidaria y redonda: "Que coño tiene que pasar para que el Sr. Rajoy visite las zonas afectadas por el desbordamiento del Ebro." Y lo dice para hacer patente que él ya ha estado allí y, por tanto, con este ataque personal, trata de establecer una diferencia a su favor, a partir de elementos de juicio falsos.
En fin: una manera de confundir el culo con las témporas o el coño con las indemnizaciones. Porque puestos a elegir, a la hora de decidir sobre los problemas generados por la ríada, pregunten y verán: ¿A quién elegirían para resolver o mitigar las desgracias derivadas de esa catástrofe?
En España, es muy corriente que un adversario, e incluso un comentarista político, le diga a otro: "Su opinión se merece todos mis respetos". No nos equivoquemos: Lo que se impone es el respeto de sus derechos como persona. Las opiniones son ideas, y con las ideas, uno puede estar conforme o no, respetarlas o no, asumirlas o combatirlas. En eso nos asiste la libertad de expresión. Pero la falta de respeto a la persona, el argumento "ad hominen" es una bajeza, no resuelve nada, va contra los derechos humanos y envilece la oratoria.
El último debate sobre el Estado de la Nación, se puede calificar envilecido por tantos insultos como profirieron unos contra otros. Algunos siguen con la misma música para crear enemigos.
Y si declaro mis respetos como persona al Secretario General del PSOE, no me privo de combatir sus ideas cuando incluyen el ataque a otras personas tan dignas como él de ser respetadas.
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