miércoles, 18 de marzo de 2015

EN LA DÉCADA DE LOS CUARENTA

     En la década de los cuarenta, inmediata posguerra, el gran enemigo de los hogares de la clase media fue la inflación. De esto sabían algo en las zonas  bajo el control del Gobierno  de la República donde, al verse desabastecidos de los artículos de primera necesidad, se generó el alza desbocada de los precios - sobre todo de los artículos de comer y vestir-  mientras los salarios se quedaban congelados.
     En  la zona bajo dominio de los sublevados, eminentemente agrícola-ganadera y pesquera, no se registró este fenómeno hasta el comienzo de la posguerra. Los agraciados por las circunstancias, hasta entonces, aprendimos a saber lo que valía un peine. Era cuando los precios, según constataron los españoles,  subían por el ascensor mientras los sueldos lo hacían por la escalera.
      No fueron  poca cosa las privaciones sufridas,   ni pocos los que la padecieron. La distribución de alimentos racionados perduró  hasta el año de 1952 y el avance industrial no se produjo hasta los años sesenta.
     A través de esta realidad, los pocos que quedamos de aquella época sabemos lo que supone vivir bajo un régimen dictatorial en un clima de escasez y privaciones, donde lo primero que se hace es silenciar la voz de la ciudadanía y lo segundo, so pretexto de generar la igualdad,  cargarse todo principio de libertad.
     Es igual que sean rojos o azules los puestos a dirigir la marcha de la Nación. Siempre sucedió y sucede lo mismo.
     En los agitados años treinta todos querían ser iguales. Nunca hubo menos igualdad que durante la guerra y la posguerra. Ni nunca menos libertad. Y es que para ambas cosas hace falta cultura y sentido de la ciudadanía generalizadas. La democracia no es un fin: es una consecuencia. Por eso hago tan poco caso de las promesas de los políticos. Por eso, también, la corrupción incontenible.

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