martes, 3 de marzo de 2015

PROMESAS Y REALIDADES


     Es perceptible el, prestigio ganado por España entre los medios de opinión principales de las naciones europeas. No es menos cierto  que esta favorable situación se atribuye, por esos mismos medios, a las medidas puestas en juego por el actual Gobierno de España. Los índices económicos internacionales, ratifican con sus datos esta realidad.
     Pero dentro de casa, después de pasar por una amarga experiencia, como la sufrida por millones de compatriotas durante la  larga y atravesada crisis  del ladrillo,  con sus aditamentos financieros, España no es la que fue. Y no por ella y sus gentes -que algo cuentan- sino porque el mundo ha cambiado, aunque  la generalidad ciudadana no llega a entender cómo ni por qué.
    Y si, ante este cambio,  no se ha dado una respuesta violenta y revolucionaria en las calles de España, será por alguna razón poco analizada. Aún no se ha explicado si ha influido en ello la economía sumergida o pudo  la actividad sindical, menos radical que en otras ocasiones,  la moderadora, o existen  otras razones que aún no se tuvieron en cuenta.
    En resumen, aquellos  dos polos que animaban la inversión  en años que resultaron ser positivos- el sector industrial  y la construcción - perdieron todo  atractivo. Es difícil, dados los avances técnicos, volver  a dar colocación a  tres millones de personas por esas vías. No nos extrañe - el intento es antiguo- que empiecen a ofrecerse casas prefabricadas en serie, cuyo  abaratamiento esté relacionado con la reducción del número de horas necesarias para fabricarlas  y montarlas, lo que supone una oferta inferior de puestos de trabajo. Está claro que las fábricas, no pueden ser ya las que fueron.
    Es inútil machacar en hierro frío y si algo ha de cambiar -cada día que pasa se demuestra-  ha de ser  gracias a la iniciativa privada y a pesar de los políticos.
    Cierto es que solo hay un animal capaz de tropezar cien veces en la misma piedra y,  por ahora, sigue siéndolo el político de la vieja escuela, que llega a los cargos sin  preparación alguna, que pierde el tiempo poniendo a parir y dando leña  a los de la facción contraria, y que dedica la mayor parte de su horario a redondear sus ganancias por la vía del mínimo esfuerzo. ¡No quiera salvarse mirando  para otro lado!
     Porque ¿quién tiene mejores profesionales entre sus cuadros activos de los partidos políticos?
     Eso es lo que debería mirar, por encima de toda promesa, un elector consciente de la importancia de su voto. Llevar a la política un buen profesional (y esto incluye la honestidad arraigada que comporta) equivale a incorporar lo mejor de la iniciativa privada al sector público.
    Equivale a dar más importancia a la realidad de cada día, que a las promesas de la hora que puede durar un discurso electorero.

 




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