Las operaciones que el ser humano pone en marcha para sobrevivir, son en principio instintivas. A medida que pasa el tiempo, las necesidades vitales crecen y se enredan. El instinto elemental empieza a servirse de la memoria y de la razón: diversifica los recursos de los que valerse, para vivir primero y reproducirse después.
Entre esos recursos surge la política. ¿Qué es eso? ¿Para qué sirve? ¿A quién beneficia? ¿Cómo funciona? ¿Puede ejercerse sin uno que destaque y mande? ¿Puede funcionar si las mayorías no obedecen?
Adviertan esta realidad: la astucia, la deslealtad, la hipocresía, la maldad, etc.. entran en juego en la política y se disfrazan para ennoblecer la conducta del poderoso con figuras como el talento, la ley, la diplomacia, el bienestar de las masas, etc. Figuras que explican y alaban las decisiones del político que manda porque el fin sí justifica a los medios.
Al final, los que pierden en esta pelea resultan ser los malos. Y los que ganan, los buenos. Así se escribe la historia inmediata. El tiempo no llega a borrar lo ya escrito. Y la verdad, todos pierden.
En España los políticos se prodigan; los hay de todos los colores y están bien pagados. Las masas se empobrecen y están mal pagadas.
Es lógico: cada día hay más políticos. ¿Y eso es bueno?
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